jueves, 23 de diciembre de 2010

QUI para todos

Bueno, así como sin darnos cuenta se nos acaba la primera década del siglo. Tengo esa sensación de que el tiempo se ha ido a toda pastilla, y que en algunas cosas nosotros, los habitantes de este planeta, hemos adelantado poco, o más bien nada. Pero hoy no voy a meterme en esos asuntos. Esta noche de lluvia interminable en Málaga yo tengo un rincón seco y tranquilo cerca de la calefacción y escribo para quienes esperan de mí una postal de navidad, o algo parecido, en esta penúltima semana de diciembre.
La ilustración de este post es mi postal; y como veréis navideña, lo que dice navideña no es. Aunque no es la primera vez que la saco a relucir, la fotocopio, la meto en un sobre y la envío por estas fechas como señal y deseo de buena voluntad. Ese ideograma me acompaña desde hace exactamente una década, desde que descubrí a al gran artista de la caligrafía y el tai chi que es el maestro Wang Bo.
En diez años he tenido tiempo más que suficiente como para desentrañar su laberinto de brochazos, círculos, curvas y ángulos. Ahí está el magisterio del ejecutante, su singularidad, convertir la palabra “Qui” en obra de arte visual. El dibujo gira y se mueve ante los ojos de quien sea capaz de observarlo con atención. Y para mí lo más fascinante sobre todo es, que tiene el increíble mérito de haber sido resuelto con sólo dos pinceladas. Todo el conjunto está compuesto por dos piezas que se relacionan.
La primera es ese brochazo horizontal ascendente en el centro, de izquierda a derecha, que baja y termina en una especie de “pata” central abajo, a la derecha, junto a la nota con el título del dibujo, si observáis se ven los pelos del pincel donde se detiene el trazo.
La otra pincelada comienza en el centro y arriba, es esa gruesa y segura que va afinándose hacia abajo y termina como en forma de uve, a la izquierda de la “pata”; la línea izquierda de esa uve asciende en diagonal, como volando, dejando por un momento un rastro fino de tinta, ese rastro coge fuerza y gira bajando hacia la derecha, se impulsa hacia la izquierda, se curva y atraviesa el centro de la uve, y luego a toda velocidad, cruza por encima de la “pata”, la traspasa rumbo a la derecha, sigue, gira hacia arriba y se convierte en ese gran trazo final que rodea todo el conjunto por detrás, de izquierda a derecha, para terminar en un hilo mínimo en el centro mismo de la composición; ahí, donde el maestro elevó la mano y separó delicadamente el pincel del papel.
Es así como se mueven los torbellinos de la luz, según la visión del artista. Wang Bo ha sido capaz de sintetizar en dos trazos el movimiento de ese misterio que en nuestro idioma puede ser masculino y femenino, porque “Qui” (energía) es en su primera acepción: (el) poder, (la) eficacia, (la) virtud para obrar.
Es lo que pido para todos, lo que mando en mi mensaje en esa postal no navideña, el dibujo con su título y con sus otros 28 significados posibles y necesarios:
vivacidad, electricidad, dinamismo, resistencia, resolución, empuje, acción, coraje, entereza, intensidad, firmeza, tenacidad, contundencia, carácter, poderío, potencia, reciedumbre, calor, garra, valor, fuerza, ímpetu, brío, ánimo, vigor, pujanza, vida, y luz…
Que no falten.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Revolviendo en la basura cotidiana.





Escarbando en la basura cotidiana; asustados por las amenazas; afectados por los desplomes en los bancos; sucios, contaminados por derrames de petróleo crudo… Sobrecogidos por revelaciones secretas; temerosos de quienes se suponen están ahí para protegernos y cuidarnos; desconfiados de los mercados, alarmados por los precios; preocupados por el clima; desolados como los páramos que fueron bosques de vida. Vagando por el desierto laboral en busca de un salario decente y un trabajo estable; enfermos de virus y bacterias manipulados en laboratorios, rehenes de fanáticos suicidas, integristas unos, dueños de trasnacionales otros. Así estamos. Es el retrato del dolor, del miedo en absoluto.


Pero si escarbamos quizás aparezca aunque sea una sola piedra pequeña y reluciente, como un rubí rojo, una esmeralda verdecita de esperanza, una piedra rara y pura, una humilde cuenta de vidrio limpia y transparente, una piedra de río pulida como un huevo por el tiempo…Va y a lo mejor hubo un día de un mes en que alguna apareció entre la avalancha de malas noticias, y la sacamos del montón y la conservamos en una foto, en una nota manuscrita, en un objeto que sujeta papeles sobre la mesa.

A lo mejor en estos doce meses hubo doce buenos momentos, doce buenas noticias, doce sorpresas felices, doce canciones que serán memorables, doce logros, doce pequeñas victorias, doce sueños cumplidos, doce nuevos proyectos, nuevas personas, nuevos amigos, buenas ideas, nuevos inventos, buenas acciones; doce alegrías, doce buenas razones para seguir.

Creo que si abrimos bien los sentidos seríamos capaces de descubrir más de una joya que nos ha caído de regalo en medio de la mierda… Al menos un acontecimiento que merezca ser tenido en cuenta; uno por mes, quizás. Yo me he puesto a la tarea y súbitamente mi lista crece y sobrepasa las expectativas. Poseo más alegrías y más logros cuando empiezo a sumar y a sumarme a las de otros como míos: y agrego ese premio literario a un autor que escribe para mí porque soy uno de sus lectores secretos o uno de sus amigos públicos. Míos son también los diplomas de graduación de quienes han sido mis alumnos; míos son los sobrinos y nietos que nacen en las familias de mis amigos; mías son las mismas emociones que envolvieron las promesas de amor dichas por los novios protagonistas de aquellas bodas a las que fui. Mía es la sensación de triunfo de quien le salvó la vida a un perro; o terminó de pintar un cuadro, o pudo llegar a fin de mes, navegando con su pequeña empresa, reflotando un sueño.

Mi lista sería aún más amplia si quienes leen esto me mandaran las suyas. Revolviendo en la basura cotidiana algún tesoro habrá digno de ser rescatado.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Desde otra galaxia ajena al "jip jop"

Las voces, la limpieza, la potencia del sonido. El aire, el uso de la respiración. Las técnicas vocales, la dicción, la pronunciación perfecta dentro del fraseo sin desafinar.
Y un puñado de ángeles tras el fuelle en la garganta del artista. El duende andaluz; o la gracia divina y humana fluyendo de pecho a pecho, de ejecutante a oyente en una canción, en una pieza tras otra. Y los músicos poniendo sus instrumentos a los pies de esas voces, para dejarles que se luzcan. Lo auténtico no caduca, es un misterio posible de ver ante nuestros ojos; un misterio que se nos revela entrándonos por los oídos.

Perdonen la descarguita lírica; pero estoy esperando el día que un rapero logre hacerme escribir un párrafo similar al anterior.

Esas palabras, las envolturas de esos sentimientos; me las provocan otros artistas, tan jóvenes y lejanos como esos nuevos contestatarios del rap y el hip hop, que parecen ser los herederos y son los autores de las canciones protesta y los himnos tristes de esta época.

Sus cánticos monótonos y dolidos, más dichos que entonados,
más ladrados que cantados,
nos van dejando una acidez, un enfado en el estómago,
ganas de escupir; ningunas ganas de tararear.
Protestan, cuestionan, critican, ponen en duda,
valoran, subvaloran, desvaloran;
machacan el lenguaje, lo ensucian y lo empujan, lo marcan, lo mapean,
lo llenan de grafitis y tatuajes…
Y hablan de amor
y de amistad
y de ejemplos en los que ya nadie cree.

Mis opiniones, mis percepciones de ese “arte-rap” escritas así, colocadas de esa forma y leídas con tono de amenaza, salen rapeadas, o “ jip joperas”. Ah, y no hace falta tener buena voz para decirlas.

En teoría yo debería de algún modo defender a esos jóvenes raperos de mi país. Son la generación de mi hijo. De ellos me gusta el atrevimiento, el arrojo, el desparpajo incluso. La frescura de su novedad, su juventud.

Y no me gusta nada del resto de lo que ofrecen. Ellos, como artistas, como hacedores de arte, digo. Hablo de esos que se tienen que erguir sobre un escenario, bajo los focos implacables y frente a los micrófonos y las cámaras de alta tecnología, infalibles a la hora de registrar hasta el mínimo detalle y magnificar los defectos, las carencias, las ignorancias, las inseguridades escénicas, la falta de gracia, la ausencia de esos ángeles soplando el aire en el fuelle tras las gargantas. Es así, se tiene o no se tiene.

Lo siento por ellos; pero el primer párrafo de este post de hoy está dedicado a los chicos del video que viene a continuación.

Josh Groban y Lucia Micarelli pertenecen también a esa generación de creadores que tienen la edad de mi hijo. Y desde las antípodas, desde otra galaxia arriba y lejos; ellos también hablan de amores apartados por distancias y fronteras, de enamorados encerrados en islas donde evocan lo mejor de sus parejas o ex-amores ausentes. Lo hacen de otra forma, pero cuentan lo mismo; desamores y desarraigos; porque Mi mancherai (Me faltarás) es el tema de la banda sonora de la película El cartero y Pablo Neruda.


jueves, 21 de octubre de 2010

Cosas que quiero conservar en este blog




¿Quién necesitará, quizás hoy, unos minutos de desconexión?

Aquí hay seis con nueve segundos.

El de la guitarra eléctrica no ha venido, la guitarra está rota, le faltan las cuerdas. Y además no hay electricidad.
En sustitución han mandado a esta japonesa, que intentará hacer lo que pueda con un antiguo instrumento tradicional de su tierra.
Tocará a la luz de una vela como una negra jazzista en una jam session. Su extraña guitarra vieja se montará por encima de los violines, persiguiendo el sonido de esos cuencos iniciales, que suenan como pasos, o como gotas cayendo en cántaros de metal.
Esta diosa de las cuerdas del post de hoy se llama Michiko Tanaka.
Lo que se escucha, según ella, lleva por título: Healing love. (Amor curativo, -que cura) (ojalá)
La descubrí en Spotify. Pero he encontrado este video en Youtube, y me gustan mucho esas imágenes que danzan en los dibujos.
A veces uso esta pieza para hacer tai chi. Me pone como en trance. De verdad.

(Para esa amiga que me pregunta que de dónde saco estos asuntos tan curiosos)

martes, 19 de octubre de 2010

Y ahora… ¿qué hago con mi guayabera?




Mañana es el Día de la Cultura Nacional de Cuba. Estaré muy ocupado trabajando hasta la noche y no tendré tiempo para sentarme a escribir.

Si de algo viven orgullosos los cubanos es de lo que han aportado al arte y la cultura del mundo. Y de lo auténtico y original de las señas que conforman nuestra identidad.

Hace poco leía en el periódico que el gobierno del señor militar presidente de mi país Raúl Castro ordena y dispone el uso de la guayabera como prenda oficial.

Y ya me mosqueé, porque los ordeno-mando-dispongo siempre me mosquean y me ponen alerta, y porque a partir de ahora voy a parecer un funcionario o un poli de la secreta cada vez que decida ponerme una guayabera. Y eso me fastidia bastante. Es que me encantan las guayaberas. De toda la vida.

Fui a una boda aquí en Málaga, todos los señores de traje, y yo con mi guayabera, que encima no era mía, me la prestó un amigo que la tenía porque se la habían traído no sé si de Puerto Rico, Santo Domingo o Miami (sí, en todos esos lugares se siguen cosiendo y vendiendo guayaberas que son verdaderas obras de arte textil.) Era verano cuando fui a aquella boda, y la ceremonia empezaba a las once de la mañana. Todos sudábamos a chorros, pero yo menos porque mi guayabera (prestada) era de algodón refrigerante y mangas cortas. Tenía bordados en los bolsillos. Era de color verde claro. Ya te digo, una joya. Sé que a las tres de la tarde muchos caballeros se aflojaban las corbatas y me miraban envidiosos.
Pero lo mejor fue que nadie me vio como el elemento exótico en una boda por la iglesia de las de aquí de España, en las que la gente (de buen gusto) va estupenda. Y las españolas pueden aparecer luciendo mantillas y peinetas que pertenecieron a sus bisabuelas y que por generaciones cada mujer de la familia usa en actos claves para sus vidas. Ellas jamás van disfrazadas, ellas van así con todo derecho por la simple razón de haber nacido en esta península.

Un cubano se puede casar de guayabera con la misma solemnidad, creo yo y quizás con más sobriedad que por ejemplo Felipe de Borbón, que para mi gusto se casó vestido de soldadito de plomo.
Imagino que un cubano puede leer un discurso en las Naciones Unidas, o recibir un premio Nóbel, (si alguna vez le cae a alguien de por allá) y vaya a esos lugares elegante y correctamente vestido con guayabera.

Quiero un sombrero de guano
una bandera;
quiero una guayabera
y un son para bailar…

Así se canta en el punto cubano, es música de guajiros. Esa letra ha estado en todas las radios, todas las décadas. No se gasta.
Dice que se siguen usando los sombreros de guano; que la bandera aparece siempre donde quiera que suene un son para bailar… Y que la guayabera es como una camisa de gala. Y símbolo de cubanía. Aparece junto con el tocororo (ave nacional), la palma real (árbol nacional), la flor de mariposa (flor nacional), el escudo y la bandera. Aparece junto con el danzón (baile nacional) y todo lo demás nacional que ahora no me acuerdo. En las paredes de nuestras escuelas cuelgan los retratos de un José Martí que nos mira como un Cristo en guayabera. Yo lo veía. En mi aula había uno.

Mi hermano y yo tuvimos unas de niños, llenas de botones minúsculos que servían unos para cerrar ojales y otros de simple adorno en los bolsillos y pespuntes. Frente al espejo nos sentíamos elegantes, limpios, planchaditos nos sentíamos enguayaberados, que era como uno iba a las fiestas.
En esas ocasiones nos parecíamos a nuestro padre, que se ponía sus mejores guayaberas para celebrar o resolver asuntos importantes. Había guayaberas cosidas a mano en encargos especiales porque las usaban los abogados y los banqueros, los galanes de cine, los mafiosos, los cantantes populares y los políticos, los políticos todos, los honestos y los corruptos.
De joven seguí alguna vez usando guayaberas o camisas enguayaberadas, que curiosamente le quedan bien a casi todo el mundo. Y yo, como mi padre, y mis abuelos canarios, (y creo que al igual que otros millones de cubanos) asumí como natural vestirme con guayabera para celebrar o resolver asuntos importantes. Lo habíamos heredado sin decretos. Hasta ahora. Y yo no sé qué mala sombra tiene los decretos, que siempre se cargan la gracia de lo espontáneo.

Pd. Hablando del nombre de la prenda; en un principio las llamaron yayaberas, porque los primeros en usarlas vivían cerca del río Yayabo, en la ciudad de Sancti Spiritus. Allí, en esa ciudad, viven tan orgullosos de su invento que hasta hay un museo de la guayabera.
El nombre se le cambió con el tiempo, dicen que porque los campesinos recogían y guardaban guayabas en sus bolsillos.

Y ya que las menciono; cuando a alguno de mi tierra, (sea del gobierno o no) se le ocurra proponer los dulces de guayaba (en todas sus variedades: mermeladas, casquitos, jalea, panetelas, pasteles, matahambres, …el que sea) como Dulce o Postre Nacional de Cuba, yo me apuntaré para apoyarlo.



sábado, 16 de octubre de 2010

Escrito en primera persona del plural.



Como han corrido tantos ríos de tinta, o de bytes, que es la tinta electrónica de los ordenadores…; hay tanta alegría con el Nóbel a Vargas Llosa, y se ha dicho tanto bueno y tan poco malo sobre el escritor en estos días; yo había pensado no comentar nada al respecto, da un poco de apuro luego de ver los despliegues periodísticos, las oleadas de blogs, los especiales en casi todos los canales de televisión de casi todos los países. Uno se pregunta a estas alturas qué puede aportar al coro de loas.

Pero ocurre que mi amigo Ospina me sugiere que escriba algo al respecto. Y ahí va: Me alegro, me alegro y me alegro.
Es como si nos lo hubieran dado a alguno de nosotros. Es raro decirlo, pero es así; y sobre todo, ese -mealegro- mealegro- y –mealegro- no es hipócrita. Lo sé porque es una frase que me calienta el corazón; la siento primero en el pecho antes que en la boca.

En los últimos años ha faltado ese hervor popular al recibirse la noticia del premio, al menos en lo que respecta a Literatura, a los premiados en años recientes (que deben ser buenísimos, no lo dudo) les ha faltado esa especie de ola humana de gritería y brazos en alto, como las que se hacen en los estadios olímpicos. A Vargas Llosa le hemos hecho la ola.

Ya nos había ocurrido en 1982 cuando nos dieron el Nóbel de Literatura por la obra de García Márquez, quien dejaba constancia de cuánto y cómo sus escritos nos cambiaron las vidas y nos mostraban ante el resto del planeta como habitantes de unas tierras de alucinados reales. Aquella literatura era así porque nosotros, la materia prima de sus historias y personajes éramos así de mágicos, de obsesivos y violentos. El discurso de aceptación del premio fue titulado “La soledad de América Latina”, recuerdo que lo recorté de una revista y lo guardé para releerlo varias veces en el transcurso de los años. Es una pieza de oratoria digna de estudio. Todos nos pusimos de fiesta como ahora con el señor maestro Vargas Llosa.

El 31 de julio, antes de la llegada del Nóbel, yo escribía en este blog, en el post Staycation, que me estaba haciendo un (auto)curso de literatura hispanoamericana con Vargas Llosa. Son tonterías de frases que pongo para divertirme, pero que contienen un trasfondo de verdad; quien quiera saber de buena literatura tiene que leer lo que ese hombre ha escrito.

Le comentaba a mi amigo Ospina que yo quería desentrañar el misterio, el por qué La guerra del fin del mundo tuvo el poder de agarrarme por el cuello, como si una mano hubiera salido de entre las páginas, y me arrastrara literalmente hasta el final. Y quería saber por qué yo me dejaba conducir como un curioso ávido y deslumbrado, sin ofrecer resistencia, sino todo lo contrario.

Me había encontrado en la web, un estudio de una señora universitaria latinoamericana, seguro que catedrática en algo que ahora mismo no recuerdo. Pues bien, esa señora había tenido el tiempo, la paciencia, la inteligencia y el entusiasmo suficientes para desmontar la novela en secciones y piezas, que es algo así como quitarle la tapa trasera al reloj o a la tele, y ver los cables, las conecciones, los circuitos y dispositivos de la trama, del lugar y de esas criaturas extra ordinarias que pueblan y mueven la historia. Leyendo el índice del ensayo me di cuenta de que la señora se lo había currado muchísimo buscando las mismas respuestas que yo y otros millones de lectores. Me propuse una lectura en paralelo del trabajo de la catedrática y la novela.
Así que a mediados del verano iba ya por la mitad de la segunda lectura del libro, y a esas alturas del conflicto mi capacidad técnico-analítica estaba, otra vez, anulada por las escenas en technicolor y en pantalla panorámica que uno imagina leyendo esa obra. Dejé a un lado el trabajo de la catedrática porque ya no quería que me explicara nada más. No podía seguir eligiendo entre una lectura razonada y una lectura sentida, y, obedeciendo a mi naturaleza opté por la segunda, y me dejé arrastrar otra vez hasta el "Yo los vi", final. Uno ve y además oye, escucha disparos, y gritos y rezos, y silencios opresivos ante el altruismo o la insensatez tan humana de esos personajes que se sintieron tocados por Dios cuando “les rozó un ángel.”

Ospina y yo nos hicimos amigos porque nuestros perros se hicieron amigos primero. Y Vargas Llosa y sus libros han sido uno de los pilares de nuestra amistad. Imaginen lo que pueda significar para un escritor, que el contenido de cualquiera de sus obras sea el tema de una charla de sobremesa, o de un paseo tranquilo por la tarde. Siempre que tocamos el tema, Ospina y yo terminamos ratificando nuestra admiración ante este hombre que tiene la rara virtud de escribir libros trepidantes que a veces parecen novelas de aventuras, y sobre todo que parecen logrados colocando las palabras precisas en los renglones adecuados. Así de sencillo.
Esas conversaciones han sido también homenajes anónimos, bastante alejados de los congresos de expertos o los foros universitarios; pero igual de válidos y auténticos; como estas líneas.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Si me comprendieras…, (como dice aquel viejo bolero)




Estudiar magisterio primero y hacer una licenciatura en Pedagogía después, me han dado instrumentos y herramientas para comunicar. En esencia no somos más que eso, comunicadores, transmisores de información. En mi caso proveedor de códigos lingüísticos. Vendedor más bien. Educador creo que ya poco. Entretenedor también bastante, a veces.
Ser maestro novato con veinte años recién cumplidos, y con unas ganas crecientes de contar todo lo interesante y unico que nos estaba ocurriendo en aquella época; me llevó a que comenzara a tomarme en serio la idea nebulosa de que yo “algún día sería escritor”, y que publicaría mis historias, crónicas, cuentos y novelas acerca de los hechos fantásticos que yo deseaba con todo mi corazón ocurrieran en un entorno chato, cerrado y mediocre. Yo estaba en el mundo nuevo de una escuela en el campo, en una isla que en aquel entonces llamaban de la juventud, y yo lo era, eso, joven y curioso, y lleno de expectativas, y de posibilidades.
Las historias las escribí, y hasta las publiqué en su momento, con más que menos fortuna creo yo, tal y como consta en mi currículo y en las fichas personales que piden las editoriales. Que una novela mía fuera comprada por un canal de televisión, me metió de cabeza en el terreno de la adaptación de la historia para una serie de aventuras.
Como otras tanta veces en mi carrera, cuando los del Canal 6 me propusieron que escribiera los guiones, dije que sí…; no tenía ni idea, o más bien un par de ideas vagas y remotas, otro par de ideas distintas y (pensaba yo) que novedosas, y por supuesto, contaba con el atrevimiento que caracteriza a los ignorantes. Pero aprendí, y me gustó, me encantó. Me dejó enganchado. Y desde entonces seguí creyendo ciegamente que con la conjunción de técnica y talento era posible expresarse en cualquier género. Colaboré con cineastas. Me contrataron para la radio. Todo se centraba en lo mismo, en el arte de comunicar, de combinar y transmitir información.
De modo que, cuando un día en Madrid me preguntaron si quería ser instructor de tai chi dije que sí. Ya llevaba algún tiempo como alumno de la impagable profesora Elena Frías, quien me tomó de la mano como a un niño y me puso en aquel camino (y a quien le debo un post en este blog –se lo prometo-); pero no sabía ni la décima parte de lo que con el tiempo supe que tenía que saber. Iba a enfrentarme a otra forma de hacer arte, un arte marcial, el arte del tai chi que se escribe con todo el cuerpo y la mente.
El maestro Xia nos trajo el nombre: “Xin Yi” (Corazón-Mente)
Fui el primero -y creo  que hasta ahora el único cubano- que aprendió ese estilo, y que todavía hoy lo transmite de forma profesional como instructor. Mi número de carné de socio de la Asociación Española de Ti Chi Xin Yi fue la curiosa y simbólica cifra: cero ciento uno; 0101 (Ying Yang Ying Yang) Cien españoles y un cubano. Mira, a uno siempre le alegra ser el primero en algo.
Saber pedagogía, las ganas, y el atrevimiento, me ayudaron a desempeñarme desde el comienzo. Otra vez me vi, como en ocasiones anteriores, en la situación de aprender de prisa para enseñar a otros lo aprendido. Estuve más de una década entrenando un mínimo de dos horas diarias, fines de semanas incluidos. Y echando mano a mis recursos de comunicador y pedagogo, me encontré al cabo de los años frente a todo tipo de personas, de entre las cuales, los grupos más singulares y únicos, el reto más alto, fueron los talleres experimentales con alumnos sordomudos. El tai chi para ellos iba a ser una terapia, y para mí una revelación.
Por eso, si me comprendieras(rais), como dice el viejo bolero, …tan siquiera un poco… se podrá entender mi encanto ante estos artistas todos sordomudos, en el video que acompaña a este post de hoy, que agrego como regalo a mis amigos. Hoy hace un año que comencé Sabiapalabra.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Brumas






Así veo el futuro. Es la foto para el otoño. Mi nuevo salvapantallas para la estación que cambia esta semana.

Esa foto es también una metáfora del presente de mi país. Es uno de los paisajes más bellos de esa isla, en el Valle de Viñales, que hasta el nombre lo tiene bonito.
Conozco esa neblina, su temperatura, esa humedad impregnándose en la ropa, a esa hora de la imagen, un poco antes de las siete de la mañana, al final del verano, antes de la llegada del otoño, que en Cuba no es tal, sino temporada de lluvias y huracanes. Esa bruma espesa de antes del alba anuncia un día de calor seco a finales de septiembre.
Debajo de esas neblinas está lo verde, la belleza; pájaros despertando, caracoles únicos dejando rastros como líneas de nácar; vegas de tabaco, hojas esmeraldas lloviznadas de rocío. Vaharadas tibias en medio de escalofríos, olores en estado puro.
Las palmas sacan sus cabezas por encima, vigilantes, y los mogotes parecen flotar, como esperando lo que todos esperan, que se disipen las brumas, que se aligere el aire, que venga la lluvia y limpie, y cambie, y mueva.
Mientras tanto la penumbra, la bruma, las interrogantes, las incertidumbres, los miedos a lo que hay y a lo que llegará, ciclones y vendavales.
Mientras tanto delante, detrás, a un lado, al otro, arriba…; pero sobre todo arriba amanece.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Bolerongos y Baladongas.




Desde que me reí tanto con una secuencia ya memorable de la película “El Diario de Bridget Jones”; me cuido mucho de no pasarme cuando decido darme un atracón de boleros, rancheras y canciones de las llamadas melódicas o románticas. Corro el peligro de montar una escena parecida a la de la película. Ya se sabe que los oyentes de Barbra Streissand, Celine Dione, Mariah Carey y compañía, o de cualquier cancionera latina, tienen peligro y tendencia a la sobredosis, las baladongas y los bolerongos te explotan en los oídos o frente a los ojos, y que vienen cargados de gases lacrimógenos…


Es que son canciones de las de rasgarse la ropa y mordernos los puños mientras las escuchamos; de esas que hacen que veas momentos de tu vida como a trozos en la pantalla de una telenovela, como video clips, casi todos en exteriores, playas, llanuras, picos de montañas, amaneceres, puestas de sol, o en interiores, en cabañas de piedra, chimeneas con fuego bonito y sin humo, y afuera lloviendo o nevando, según; o con luna enorme de verano y estrellas fugaces. Uno escucha, suspira y va como elevándose por dentro, a sabiendas de que está haciendo el ridículo, de que te estás poniendo ridículo, kitsh, almodovoriano, latino-dulzón, azucarado, meloso, melcochoso-melancólico, uno se está haciendo sufrir, aporreándose los tímpanos y empalagándose el alma, con esa voz que canta como a gritos y reclama afectos que ya no pueden ser; esas voces prometen fechas y cosas que no se cumplirán nunca, recuerdan juramentos de amor que ya no tienen sentido… Prestarles atención, hacerles caso, te hacen acabar cayendo de barriga sobre el colchón, anegaditos en llanto, o borrachos perdidos, a rastras por el suelo, hipando baladas, soltando el galillo junto con Marc Anthony, (que ése sí lo hace bien)

A Marc Anthony esas canciones le salen bordadas. Una hora a solas, un sábado por la tarde, con su disco “Iconos” (de este 2010) da una terapia de mejor resultado que con una sicóloga de las de tarifas altas. Al final del atracón, te lavas la cara con agua fría y luego sueltas tres suspiros de los gordos mientras te secas el rostro frente al espejo. Verás. Te quedas como nuevo.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Carta de pésame.

Junto con el verano se nos van algunos seres queridos. Tengo que escribirlo, dar mis pésames y soltar mis pesares. En sólo una semana la misma noticia llega un día tras otro, primero la hermana de una buena amiga, luego la hija de una amiga a la que considero una hermana, esta mañana me entero de que también mi vecino del segundo, el que siempre me saludaba en el ascensor y miraba a mis perros con afecto…


Esta tarde, llamada de Cuba: mi tío Arodys ha muerto. Llevaba dos semanas grave. Estábamos esperando la noticia, pero da igual. Mi familia de allá está desolada.
Es como si el mundo se fuera quedando sin buenas personas, pienso en ese arranque, esa reacción frente a la impotencia, frente al no hay remedio, el se acabó…

¿Y ahora cómo hago yo para dar consuelo, eso que tengo que dar: el pésame…? Yo que entiendo muy bien lo que se siente en esos días posteriores a las ceremonias fúnebres y a las despedidas; me refiero al comienzo del duelo real, físico, anímico, que sobreviene envuelto en esa congoja llena de ganas de pedir perdón, de sentimientos de culpa, de reproches, de pena por no haber aprovechado más y mejor los momentos en que estuvimos juntos, vivos, y felices…

Siempre la gran incógnita, la gran bola vacía, al final del camino. ¿Será como saltar a un hueco de la nada? Misterio insondable… ¿Será posible seguir comunicándonos con ellos, con lo que quedó de sus energías, desde alguna otra parte de nuestra corteza cerebral? Más misterio, más hondo. Más dudas, como siempre. Y sabemos de antemano que ninguna respuesta nos convencerá del todo.

Dice mi amiga T. que sobrevivir a quienes se nos van tiene un sentido, aunque no lo veamos así desde el principio. Será que algo nos queda por hacer antes de irnos, dice. Sí, nosotros también nos iremos en algún momento por venir. A veces conviene recordarlo; sobre todo en esos días en los que nos preguntamos qué hacemos aquí, para qué estamos, por qué vivimos, si existir es una carga, una roca embarrada de mierda sobre los hombros.

Difícil tarea esta de dar consuelo.

Y sin embargo hay que intentarlo; hay que reunir fuerzas -otra vez- para llorar, y hasta para reír.

Al conocido humorista cubano Alexis Valdés también se le murió su padre (Leonel) a principios de septiembre. Alexis, frente a una cámara de televisión, nos consuela hablando de su pérdida.

Pongo aqui el link

Alexis Valdés rinde homenaje a su padre

lunes, 6 de septiembre de 2010

Humildad y conocimiento.





Sabiduría, el saber. Insisto en ello. Seguir estudiando como quien aún no ha terminado el instituto, seguir aprendiendo como a quien le queda aún mucho por descubrir. Tres vidas más no alcanzarían.

Mañana tengo que empezar una clase nueva con un alumno nuevo. No nos conocemos y tengo, como siempre, esa aprensión que me desasosiega.

Pero ya soy perro viejo en estas lides, y voy desarmado. Llevo un maletín, una memoria flash para conectarla a un ordenador; y un área de mi cerebro entrenada para expresarme en otra lengua. Y no hay más ná; salvo las dos palabras que le dan título a este post.

Otra vez a vencer y pasar el casting de los prejuicios. Vencer, en este caso significa con-vencer al cliente-alumno para que se quede contigo; conmigo en este caso. Es el juego para los que traficamos y mercadeamos con la información. Ya no somos maestros a la vieja usanza.

Los profesores de idiomas, querido amigo, somos vendedores de palabras, de estructuras gramaticales y frases hechas para situaciones concretas, a tantos dólares o euros la hora. Ayudamos a traducir documentos, a confeccionar curriculums bilingües o preparamos ejecutivos para reuniones de empresas, o a candidatos para entrevistas de trabajo en el extranjero. A veces cobramos lo mismo o menos que las señoras que limpian a domicilio. En esta sociedad de ignorantes divertidos, la hora con un sicólogo vale tres veces más que una hora con un maestro privado, y una con un fontanero se quintuplica en dependencia del lugar y la gravedad de los atascos de mierda y desperdicios.

Vencer el casting es también traspasar las barreras de los estereotipos y los clichés, un mulato cubano no puede ser profesor de ruso en Méjico, por poner un ejemplo que conozco, (aún y cuando me consta que ese mulato se graduó con altísimos resultados académicos en una de las mejores universidades de Moscú) Según lo esperado ese profesional de esa raza y nacionalidad tendría que ser boxeador, jugador de béisbol o bailador de salsa. O camarero de restaurante cubano en el exilio, o con más suerte gigoló, que es una carrera corta pero rentable. Su inteligencia, la formación que recibió desde su infancia no cuentan.

Aunque parezca increíble, aún en esta España del segundo milenio hay personas que se sorprenden y admiran de que un cubano pueda ser profesor de castellano, de que yo no diga mi amool aunque sesee y me siga comiendo las zetas castizas; se asombran de que lea correctamente en voz alta y en inglés con acento neutro, una noticia de un periódico británico, aunque mis profesores en la universidad eran norteamericanos. Y ya lo inaudito es que me atreva a enseñar un poco de lo que sé de tai chi, en lugar de bailes afrocaribeños; aunque los certificados de instructor cualificado que poseo me los hayan dado mis maestros Xia Zi Cai y luego su esposa Hui Fang Shao respectivamente, y yo siga más de una década y media después como un eterno novato, repitiendo, repuliendo y re-aprendiendo ese arte misterioso que nos trajeron de China.

Y sí, los papeles te los piden para los castings de la vida. Muchos son auténticamente falsos, o se han quedado obsoletos, o no valen según en qué frontera o cuál país los muestres, tus títulos, tus certificados, tus diplomas, medallas, reconocimientos, masters y doctorados, pergaminos y trofeos, los puedes quemar, no te valen si lo que dicen o representan no está almacenado en una mente útil, en otra memoria que no sea flash.

Ser humildes, modestos y realistas. Seguir aprendiendo con el mismo asombro de esos niños que en este comienzo de septiembre entran al cole por primera vez. Algunos lo hicimos ya para siempre, no saldremos nunca del pupitre, no dejaremos de mirar a la pizarra, a la pantalla, a la página escrita para aprender y aprehender, absorber información y filtrar los conocimientos. Soy conciente de mi ignorancia, y de que necesitaríamos miles de vidas para tener una idea aproximada de cómo funcionan los relojes del universo. Mientras tanto procuro enterarme.

 

sábado, 21 de agosto de 2010

Un altar para las diosas cantoras.






En lengua portuguesa, Maria Bethania.

Escribo para una amiga que conduce muchos kilómetros en su coche oyendo música, y prestando atención a lo que dicen quienes cantan.

Conservo algunos artistas como esas copas que nos acompañan durante años y están ahí, en las vitrinas de los comedores, como en altares, para salir a llenarse de vinos que valgan la pena en fechas especiales. El vino barato se bebe en vaso.

Abro la vitrina y bajo del altar a esta cantante para ponerla a sonar ante los oídos asombrados, extrañados, de una niña de ahora que hoy se enfrenta ante la voz rara de esta cantora brasileña. Maria Bethania suena tan de siempre como antes, como en 1981 cuando sus canciones eran la banda sonora del verano en que nació mi hijo. Ahí está ese mismo cristal de copa fina, transparente cuando quiere, tallado, velado; todo eso es esa voz que brilla.

Luego está la sensualidad de tigresa, esas canciones tropicales con un erotismo velado y vehemente, mezcla de bolero, bosa, balada, trova.

Siempre se ha rodeado de buenos músicos populares y de cultísimos poetas que le proporcionan las letras que, si se descifran del portugués, son como versos con mensajes de amor, crónicas de desencuentros, declaraciones de principios.

He estado mirando gran parte de su discografía, viendo todo lo que ha seguido produciendo y grabando desde que la conocí hasta casi el presente. ¿Qué le recomiendo a mi amiga para que escuche mientras conduce? Hay de todo.

Ella tampoco ha parado de trabajar para embrujarnos; no se le ha agotado el talento. En las portadas de sus discos, en la mayoría, se observa el viaje en el tiempo del rostro tan particular de esa mujer que rompe, también en imagen visual, con el estereotipo de la diva bella. Creo que lo que ella quería conseguir lo consiguió sin añadidos. Conserva esa melena suelta y loca de cuando joven, pero lleva canas en las sienes y parece que no tiene intención de ocultarlas, ni de quitarse las arrugas o rebajarse la nariz de pirata. Otra que sabe que no hace falta ser guapa para ser fotogénica, o que en general no hace falta ser guapa cuando se nace siendo María Bethania.

sábado, 31 de julio de 2010

Staycation





Los ingleses han inventado la palabra del título de este post; es un compuesto de dos términos: stay (quedar, permanecer), y algo más de la mitad del vocablo vacation;…le pillas el truco, ¿no? O sea que, las vacaciones aquí, sin ir más lejos. Creo que este año (otro más de la crisis) los “staycationists” nos contamos por millones.

Algunos privilegiados se van a Cuba, otros inundan España; otros ruedan por el mundo, en trenes, en autobuses, en furgonetas, en bici; en lo que sea. Se mueven para descansar, para descubrir, para aprender.

¿Pero cómo descansan, descubren y aprenden los que se quedan, los que no se mueven? En mi caso, la respuesta a esa pregunta la encuentro anteponiendo otra: Bueno, ¿y si yo ahora mismo estuviera viviendo en Cuba, cómo se me ocurriría resolver esto…?

Ahí comienza un brain storming con centrifugadora incluida. Objetivo: vacaciones en España, verano en Málaga (ventajas y machaques)

Y las respuestas y las soluciones aparecen de acuerdo al tipo de objetivos a lograr.

Decía en mi anterior escrito que este año, durante las vacaciones de verano, quiero practicar cosas que sé y aprender otras cosas que aún no conozco, quiero además llegar al otoño con ese colorcito de playa, ese bronceado reluciente de los cruceristas que todas las semanas desembarcan y deambulan por esta ciudad. Para mantener la forma física, creo que me gustaría estar unas cuantas semanas desarrollando un buen programa (personalizado) de ejercicios en un gimnasio de los caros, como preparación previa antes de irme a mi (hoy por hoy imposible) seminario anual de reciclaje de Tai Chi con mi maestra. También quiero retomar y re-procesar mis conocimientos con el masaje deportivo y terapéutico. Y, de ser posible, y para compensar tanta actividad física, estaría encantado visitando museos (también de los caros, por supuesto) refinando mi intelecto, para agudizar mis sentidos, para sanar con buen arte los ojos embotados de ver innumerables imágenes de catástrofes y conflictos. En vacaciones, en los museos miramos las catástrofes y los conflictos de otras épocas convertidos en lienzos y esculturas aleccionadores.

Y ya puesto a pedir me entusiasmo y agrego un cursillo de inglés (éste también a ser posible de los más caros) y otro de literatura, en Español. Este año toca literatura norteamericana y latinoamericana, escojo a Jack London, y (otra vez) a Vargas Llosa; todavía siento que aprendo cuando me pongo en contacto con esos autores, y eso es buena señal.

Así pues, si ya tengo el lugar, los objetivos y los contenidos de los cursos que me propongo desarrollar durante el verano, lo que me resta es programar los horarios y dosificar los temarios y estructurar los planes y programas alternando actividades prácticas y teóricas. Haciéndolo todo aquí, pero con esa mentalidad de resolver de allá, de cómo si aún viviera allá. Lo dicho: staycation.

Mi gira de visitas a los museos europeos me la ha pagado el difunto abuelo Antonio, de él heredamos esos cinco tomos de la colección Museos del Mundo, que me llevan al Ermitage, los museos de Florencia, el Louvre, claro está, la National Gallery de Londres, y por supuesto El Prado. Cada tomo consta de unas trescientas páginas; no sé si me dará tiempo a visitarlas todas, sumando los cinco son 1,500... mucho museo cansa; pero los libros son esas piezas fascinantes, encuadernados en cartón duro, papel de alta calidad y reproducciones a toda página (20x30) Son esos libros que nunca nos dejaban prestados en las bibliotecas públicas para llevarlos a casa y mirarlos y curiosearlo todo dentro de ellos con tranquilidad y tiempo, metido en el museo, pero tumbado en la cama, o en el suelo, que es como mejor se ven de niño los libros grandes.

La semana pasada me di un paseíto más o menos rápido por El Louvre, y ahora creo que voy a quedarme unos días descubriendo Florencia antes de irme a Rusia y luego a Londres. El Prado me lo dejo para último, porque lo tengo más visto y también porque es mi favorito.

Los gimnasios de la zona este verano están cerrados (para mis bolsillos) Esas máquinas científicas para correr sobre ellas o moldearte los bíceps sudando a ritmo de Britney Spears están lejos. Y me aburren. No hay nada que me parezca más idiota que pagar para endurecerme el culo y las piernas bufando encima de una bicicleta que no me lleva a ninguna parte. Con lo lejos que puedo llegar en 45 minutos de pedaleo. Y todo lo bonito que hay que ver en Málaga. Y hay sol, del de verdad, no de cabina bronceadora.

Si este año hubiera reservado una excursión en alguno de los cruceros que tocan puerto en Málaga, habría solicitado una habitación doble o una suite con terraza y solario privado, más o menos del mismo tamaño de mi terraza, y a ser caprichosos, con una réplica de macetas y flores andaluzas, para no escatimar en gastos... Desde mi terraza, a cinco calles del puerto, escucho las sirenas de los cruceros, llegando o avisando a algún excursionista rezagado, que se apure, que falta nada para zarpar. Visto desde Google Earth estos edificios en los que vivimos parecen vapores fluviales, y mi terraza esa réplica que quiero para la suite de mi próximo viaje. Saco el equipo de música, conecto las bocinas a este ordenador portátil y busco la música que quiero, tengo algo de espacio para practicar tai chi, y ya de paso hago ejercicios de elasticidad, de eaquilibrio y algo de fuerza, y cojo sol, y riego las plantas, y baldeo el suelo con una manguera, y mojo a los perros que salen huyendo.

El ordenador en la terraza me resuelve muchísimo, no sólo por la música, también pongo los videos que me sirven de guía para corregir ciertas posturas dentro de la secuencia de movimientos y además estudio lo que le tengo que explicar a los abuelos-alumnos cuando retome las clases con ellos en septiembre; mi gran problema con los principiantes: la corrección postural, el colocar el esqueleto en posición correcta antes de intentar aprender nada de lo que seguirá.

Y los videos me sirven para ver cómo mis amigos del estilo que practico (Xin Yi) perfeccionan las practicas con la espada. Miro con atención, copio y repito, con paciencia, y con ese gustillo que da girar el cuerpo conectando las plantas de los pies con el suelo y las palmas de las manos a la empuñadura de una espada.

Pero me parece que de eso voy a seguir hablando en la próxima. Ya este post se hace demasiado largo y no quiero aburrirle las vacaciones a nadie.

miércoles, 21 de julio de 2010

Poquito pero sabroso




No llevo contador de lectores de este blog, no me he preocupado de aprender cómo instalarlo, y creo que tampoco quiero hacerlo, para que no me condicione, supongo. A veces creo intuir que me leen más personas de las que conozco, me voy enterando poco a poco y eso me provoca una curiosidad casi infantil, lo confieso. Pero una vez que se me pasa y vuelvo a la página por hacer, pienso en ese puñado de personas (individuales) que van a recibirlo como si yo, en vez de escribir estuviese hablando en la tertulia de un patio, en el sofá con tres o cuatros invitados inteligentes y amigos, en la terraza ahora que es verano. No mucha gente, una fiesta grande te desborda y te agota. Prefiero los guateques y las descarguitas familiares. En ese ambiente me expreso más a gusto, más tranquilo y mejor. Poquito pero sabroso.

Entonces quisiera seguir pensando que escribo para un puñado de personas regadas por el mundo, que se alegran de sabe de mi cuando reciben algo (lo más) parecido a esas cartas que ya no le puedo mandar a mi compadre Norberto, que ése o eso fue el origen de este blog, ¿recuerdan?

Hasta ahora funciona. Aunque yo siga echándole de menos y ya no pueda escribirle para comentarle cómo se cumplen sus vaticinios con respecto al futuro.

Norbe, aunque se las arregló toda su vida para vivirla lo mejor posible -se lo curró mucho, me consta-; fue siempre de los que le mira el lado gris a los brillos, o ven la mitad de la botella medio vacía. Tengo que reconocer que esa actitud le daba una especie de bisturí implacable para diseccionar la realidad de su entorno, la realidad política también.

Hoy estaría, paradójicamente, coincidiendo con Fidel (Castro) en que los vaticinios para el mundo son oscuros con pespuntes negros.

Y yo tendría que consolarlo contándole que recién he descubierto un libro (otra vez, otro libro) maravilloso. Este (el de esta vez y de este tiempo), se llama: Hot Flat and Crowded.

Mientras leo ese libro espeluznante -que sé que irá a parar al grupo de lecturas que me cambian la vida; el verano se instala en Málaga con toda su belleza y calor, (algo que también nos cambia la vida) y cada vez pasamos más tiempo al aire libre.

Como parece que por ahora no me voy a morir, ni nadie nos va a matar, yo dedico el verano a holgazanear, practicar y aprender. En eso orden.

Hay tardes de no hacer nada, sólo dejarse atraer por la fuerza de gravedad, mejor sobre un colchón, mejor aún si hay un ventilador en el techo, estirarte y oír algo de música, o mejor ni eso, oír el silencio del mediodía en esta zona de calles vacías a esa hora. Si acaso algún gorrión que no se duerme, si acaso el bostezo del perro a los pies de mi cama… Dejarse ir, o dejarse llevar hasta que pasa el calor. Siesta, me gusta esa palabra y meterme dentro de ella.
Eso sí que es holgazanear.

Lo de practicar y aprender es que me estoy haciendo algunos cursos de verano. Lo voy a contar en otro post, más adelante.

lunes, 5 de julio de 2010

Holocáustico, apocalíptico.



Ahora mismo, mientras escribo esto, imagino a Fidel (Castro) redactando sus vaticinios sombríos, lo imagino con aquella idéntica mirada de loco desamparado que tenía mi padre unas semanas antes de suicidarse. Hace casi veinticinco años, mi padre se quitó la vida por estas fechas que coincidirán con los augurios de El Comandante en Jefe, me refiero a ese aviso del (según Fidel) inicio de la Tercera Guerra Mundial hacia los días finales del mundial de fútbol. No paran de anunciarlo en las pantallitas de los ordenadores.

Mi papá decía que Fidel Castro Ruz tenía otro nombre y otros dos apellidos: Armando Guerra Solo. Era uno de sus chistes favoritos. Mi padre detestaba a Fidel, le replicaba en voz alta sus discursos de la radio hasta que asustaba a mi mamá que le mandaba a bajar la voz, delante de nosotros, los hijos, que escuchábamos confundidos. Mi padre y Fidel tenían el mismo ceño, una igual manera de juntar las cejas para regañarnos o advertirnos de un pescozón preventivo.

No puedo evitar sentirme hijo de Fidel, hijo de un lugar y una época, aunque siga renegando de mis padres, me distancie del lugar de origen, y me sienta ajeno a ese tiempo de la escasez constante, del miedo y las amenazas…, que nos invaden, que nos invaden, que llegan los tiros y las bombas y tendremos que ir a morir a las tumbas colectivas de los refugios antiaéreos, refugios artesanales “made in Cuba”. Se construyeron para la situación de “Guerra de Todo el Pueblo” Las imágenes dantescas que venían a mi imaginación durante todas aquellas décadas de miedo al imperialismo… aún me ponen los pelos de punta.

La muerte, la muerte, siempre la muerte al final del programa, del proyecto, de la meta. La muerte como única opción posible, como alternativa binaria, desde que comenzamos a tener uso de razón como pueblo en una isla: Independencia o Muerte, Libertad o Muerte, Patria o Muerte, (…-Socialismo o Muerte- Y valga la redundancia, decía también mi padre en otro chiste de los suyos.)

Combatir hasta el último soldado…, hundirnos en el mar antes de renunciar a la gloria que se ha vivido…

O Muerte

Mientras tanto no llegaban (ni llegan) la independencia, ni la libertad, ni el tan ansiado socialismo, ni los marines yanquis repartiendo pescozones; y nosotros nos hemos muerto de sida, de cáncer, de carencias vitamínicas, de dengue hemorrágico, de hastío, de tedio. Otros, como el loco de mi padre, se adelantaron a los acontecimientos y se quitaron de en medio por su cuenta y riesgo.

No puedo evitar unir las dos miradas en un mismo recuerdo, ese brillo frío y asustado de los ojos bajo las mismas cejas pobladas.

Ambos se equivocaron tanto, nos asustaron tanto, nos provocaron tanto miedo, que poco pudimos hacer para ayudarlos a seguir vivos y cuerdos, para que intentaran ser felices, dichosos de tenernos como hijos dispuestos a entender, colaborar y perdonar. Los hombres como ellos mueren en soledad. Reciben el alivio del fin sin que una mano aferre sus dedos con todo el amor de las despedidas. Nos alivian con su partida, es la verdad más abismal, nos aliviamos de que se vayan.

No pude salvar a mi padre de su abismo. No dejó ninguna señal, ni siquiera una nota de despedida.

Hoy leo con conmiseración esas notas de despedida de ese otro padre loco, que me avisa que corra, me refugie y me prepare para la lluvia de misiles. Pero esta vez no. Otra vez no.

No voy a correr y esconderme en los refugios antiaéreos. Aquí afuera es verano. El mar es azul. Las campanas llaman a fiesta, esta vieja ciudad está viva y llena de ruidos insoportables, de martillos renovando calles, de mandarrias tirando muros viejos, de máquinas asfaltadoras, de aviones cargados de turistas, de cornetas futboleras. Nadie quiere morir, al menos por ahora. Nadie se va a morir, menos ahora; que hay tanto que hacer para arreglarnos ese mundo que ellos, mis padres, nos dejan jodido revuelto y sucio.

Y cuando llegue la que tú sabes, que llegará…, porque llegará, a mí que me coja guarachando. No voy a callarme, ni a esconderme.

lunes, 28 de junio de 2010

Mawráq




Esto no puede durar mucho, y no es que quiera ser pesimista, sino todo lo contrario…, cuando a uno le salen bien las cosas, repite esa frase: “esto no puede durar mucho”. Es que no le puede ir bien a todo el mundo al mismo tiempo, y ése a quien le va bien mira como con susto a su alrededor y se acojona, y lo piensa: “esto de que me vaya tán bien no me va a durar, el mundo no está como para muchas alegrías que digamos”.

Pero la vida fluye, y a veces hasta da la impresión de que corre en el sentido en que queremos. Y entonces parece que lo que uno vive, ese breve trozo de armonía, se llama La felicidad, con ele mayúscula.

La mano, tiznada de carbón, se acerca hasta mi cara, y se detiene bajo mi nariz; mi hijo me ofrece una rebanada de pan con una lasca de la carne que ha estado asando sobre una parrilla, en la playa, casi hasta las dos de la madrugada. Nos hemos instalado en la arena, barbacoa, mantas, toallas, botellas, risas…; y sobre nosotros una luna llena enorme y blanca, de finales de junio. El mar está tranquilo, manso, las olas traen la espuma brillante de luna, de espejos en pedazos… el viejo mar, el viejo Mediterráneo que susurra y sosiega mientas nosotros comemos, bebemos y reímos por tonterías que allí nos parecen graciosas. Es noche de viernes y estamos de moraga. Aprovechamos también la alegría de los otros porque allá en Sudáfrica, España acaba de ganarles en el fútbol a los chilenos. Un amigo hace un chiste tras otro, las carcajadas no paran. Todo es tan sencillo, tan rústico…; tan natural y primitivo por una parte, la arena, las mantas, la comida hecha al fuego, las chispas rojas y el humo del carbón, las chispas azules de las estrellas, la luna rota en pedacitos sobre el agua... y por otra parte los flashes y los brillos de las pantallas menudas de los teléfonos móviles, uno hace fotos, del otro sale música, flamenquito chill out: otro busca en su Ipod la palabra moraga: las teclas conectan con el satélite y de las páginas de la Real Academia Espñola nos llega la información a la pantalla en plena playa, en plena madrugada; trae una expresión de una lengua remota: Mawráq.
“moraga”. (Del mozár. y árabe. Hisp(ania). 
La explicación que buscamos viene en la segunda acepción:
2. f. And(alucia). Acto de asar con fuego de leña y al aire libre frutas secas, sardinas u otros peces.

Todo tan antiguo y tan actual, tan natural y sofisticado. Tan frágil. Tan breve.
Lo escribo para recordarlo.

domingo, 20 de junio de 2010

Un año sin Vicente





Toda la noche del sábado hasta la madrugada de hoy domingo, el canal Telecinco ha estado dedicando una especie de maratón a la memoria de Vicente Ferrer en el primer aniversario de su muerte.
Suelo evitar mucha de la programación de esa cadena, paso por encima de ella de puntillas o simplemente me la salto sin mirar; sobre todo las noches de los sábados que son las preferidas para montar esas “tertulias” de cotillas y famositos que se gritan y pelean entre ellos. Pero esta noche ha sido diferente; Telecinco se suma y apoya con toda la fuerza mediática que posee para respaldar la plataforma popular que propone el Premio Nóbel de la Paz para la fundación que lleva el nombre del desaparecido filántropo, cooperante y humanista. Bien por ellos.

Durante las más de cuatro horas que ha durado el programa, con entrevistas, invitados especiales y reportajes sobre el trabajo de la fundación, los de la tele no han dejado de insistir en el reclamo de apoyo y divulgación de la obra de Vicente Ferrer, sobre todo para que la propuesta al Premio Nóbel tenga más fuerza a nivel internacional.

Por eso escribo estas líneas antes de irme a dormir; sé que este blog es una gota en el océano, la pata de una hormiga, pero no me importa. Conocí a Vicente personalmente y pude hablar con él en dos oportunidades, la última en Madrid, en el año 2004 cuando presentaba el libro “Encuentros con la realidad”; que había escrito basado en sus experiencias como fundador de un proyecto encaminado a cambiar las vidas de miles y miles de personas tanto en la India como en el resto del mundo, aquella vez en Madrid fuimos a verlo y a que nos firmara el libro, y fuimos a escucharlo hablar; oirle narrar su vida como quien cuenta sueños y quimeras en voz alta

Pocas personas han logrado impactarme tanto como lo hizo Vicente Ferrer con su presencia frágil y su humanidad fuerte, iluminada.

Éste es un mundo de vanidosos y encumbrados, todos lo sabemos, y quien puede hasta disfruta de ello; quizás la vanidad y la pompa los hace más felices o más temibles, lo ignoro. De Vicente Ferrer conservo una anécdota que es una lección magistral de humildad. Intentaré contarla lo más parecido a como la viví:
De entre los numerosos premios y reconocimientos que recibió a lo largo de su vida, el Príncipe de Asturias de la Concordia, en el año 1998, contribuyó a darle más notoriedad a su trabajo, lo que Vicente llamaba “la revolución silenciosa”; y a que se crearan más subsedes o delegaciones de la fundación en distintas ciudades de España.

A principios de la década del 2000, los directivos de la delegación en Alicante avisan a mi amigo Gonzalo de que Vicente se encuentra de visita en esa ciudad para dar una serie de conferencias y contactar con amigos y patrocinadores. Gonzalo ya conocía a Vicente desde tiempo atrás y me preguntó si quería acompañarlo hasta Alicante para saludar a Vicente en persona. Dije que sí y allá nos fuimos.

Recuerdo encontrar aquel abuelete con pinta de jubilado octogenario, flaquito, vestido con una camisa sencilla, un pantalón oscuro, y sandalias sin calcetines. Recuerdo que en una sala de conferencias vimos un documental sobre su vida, y luego Vicente contestó preguntas del público, habló de hospitales para ciegos, de microcréditos, de proyectos hidráulicos, de escuelas infantiles; de todo lo que le faltaba por conseguir... Recuerdo que yo pensaba en Gandhi, que lo miraba como si un Gandhi blanco y vivo estuviese ante mí.
Luego de la charla, un pequeño grupo de personas nos retiramos a un salón aparte para tomar un aperitivo antes de irnos a cenar, y ahí fue cuando nos acercamos y me llamaron para las presentaciones. A Gonzalo lo reconoció de inmediato y dijo recordarlo. Yo le estreché la mano y le dije que estaba impresionado y contento de haberlo conocido, esa cosas que se dicen en los encuentros con las personas importantes. Vicente nos preguntó que qué tal nos iba la vida en Alicante, y cuando le contestamos que no vivíamos en Alicante, que seguíamos en Madrid; que de hecho aquella era la primera vez que yo estaba en Alicante, que habíamos hecho el viaje porque nos dijeron que él estaba allí; como si no fuera merecedor de aquel gesto; nos miró con auténtico asombro y le preguntó a Gonzalo: ¿Pero habéis hecho el esfuerzo de venir desde Madrid hasta Alicante sólo para verme?
Yo me quedé arrobado, sonriendo, afirmando con la cabeza, sin saber qué más decir.

domingo, 13 de junio de 2010

¿Separar para unir?


¿Por qué muchos de los títulos de mis posts son preguntas?; me pregunto. ¿Por qué estoy, (¿estamos?) llenos de respuestas que sabemos no podemos dar? ¿Será por el miedo? Siempre el miedo. Miedo a ver esas respuestas en todo su esplendor o en todo su espanto.
Seguimos deseando lo mismo que cuando éramos niños y los adultos nos lo impedían, ser libres, entrar y salir de tu casa, hablar sin permiso, discrepar con los mayores, quitarnos las camisas en verano, o cortales las patas a los pantalones viejos para hacerlos bermudas, leer libros prohibidos en otros idiomas, hablar en otros idiomas, pensar en otros idiomas, en otras gentes, como otras gentes, ver a esas personas en sus lugares de vida como ellos nos veían a nosotros, movernos por el mundo, fotografiar ciudades, puentes, parajes con colores inesperados, con otras luces; queríamos probar sabores, contrastar olores, intercambiar monedas y regalos, queríamos crecer iguales y diferentes.
Crecemos…, crecimos y las barreras siguen ahí, las preguntas a un lado, las respuestas al otro; y en medio ese vacío rodeado de signos de interrogación revoloteando como mariposas oscuras alrededor de los aduaneros, de los funcionarios, de los represores o los profesores, ¿tendré trabajo el mes que viene?, ¿me darán el pasaporte?, ¿me darán un bofetón, un puntapié?, ¿una palmadita con lástima en el hombro?
A veces me da como vergüenza luego de apretar el botón que hace click en la casilla de publicar en este blog, releo y me sonrojo, siento un calor en la nuca y un salto en el estómago…, es el miedo otra vez, me digo, siempre el miedo a mostrarte vulnerable y vulnerado, fuera de tu rol de adulto masculino, responsable, ordenado, controlado; controlador de ti, controlador de otros, de la libertad de los otros, de esas decisiones que se nos ocurrió tomar desde que éramos niños y que algún adulto frenó, porque no era el momento, porque no estábamos preparados, porque existen las fronteras, y las aduanas, porque quien entra no sale, porque hay sólo una manera correcta de andar vestidos por la vida, porque hay cosas que no se deben comer ni probar jamás, ni olerlas, ni escucharlas, ni decirlas en este o en cualquier otro idioma.
Es tan triste ser mayor y descubrir que sigues con los mismos miedos, las mismas dudas, que las interrogantes no han cambiado, ni tampoco la falsedad de las respuestas que nos dieron.
Leo, leo y leo, busco en las redes de este ordenador, escucho a los demás, consulto a mis amigos, recibo y reenvío correos, paso horas de mi vida con otras personas, intento incluso ganar parte de mi sustento comunicándome con ellos y en muchas ocasiones tengo que sobreponerme a la incertidumbre de la in-comunicación, de la des-comunicación. ¿Nos entendemos realmente o fingimos jugar a las adivinanzas?

Mi correo electrónico está compuesto por dos palabras Málaga y Habana, de ahí salió ese malagabana que tantos conocen. Llevo una semana pensando si habrá que adaptarse a los nuevos tiempos y a partir de ahora cambiarlo a malagayabeque,
Resulta que el 8 de junio de este 2010 me levanto capitalino y “mayabequiano”, me enteré leyendo la noticia en la web, salió en los periódicos, me la mandaron por correo. Hay de todo, chistes, caricaturas, insultos, defensores y detractores. San José de las Lajas,el municipio en el que nacimos es ahora capital de la nueva provincia de Mayabeque. Hemos ganado en categoría con respecto a capitalidad, pero con lo de mi futuro gentilicio estoy hecho un lío. ¿Somos ahora los mayabequianos ausentes?, ¿o sera mayabequiense?, ¿o mayabequieño?... ¿mayabequiero?... ¿mayabequiés? Todavía no sé lo que soy.
Fuimos lajeros, habaneros, cubanos, antillanos, caribeños, centroamericanos, latinoamericanos, habitantes de la mitad occidental en el hemisferio norte del planeta, muy lejos, bien lejos de los australianos, los árabes o los chinos, en las antípodas.
Pero nada de eso me define, porque como dice Willy Chirino en su canción: “tengo el alma dividida entre Tito Puente y los Rolling Stones”. Me la he puesto varias veces en estos días. Muchos la conocen, se llama Yo soy un tipo típico, la recomiendo, resulta divertido oír la letra y escuchar cómo se las ingenió para contar esa historia de sus mestizajes mezclando músicas en apariencia irreconciliables.
No sé si esta nueva provincia será una nueva frontera, -división político-administrativa-
¿Significará esta separación una forma mejor de mantenernos juntos? ¿Separar para unir?

Hace dos años escribí una carta que nunca envié a sus destinatarias, porque luego de escrita me dio esa vergüenza que me calienta la nuca. Hoy, y a propósito del debate acerca de esa nueva provincia la copio, la pego, y la envío a quienes tenían que haberla recibido y a quien quiera leerla.
……………………………………………………………

Ann Sittig, María Gravina, Soleida Ríos. Escribo este texto en homenaje a vosotras, que sois para mí esa mezcla de amigas, hermanas, madres y amantes imposibles que me acompañan entre todas las mujeres memorables que marcarán el resto de mi existencia.

Vosotras seréis las primeras en entenderme cuando explique lo que me ocurre cada vez que me da el Malaghabana.

Me dio uno la primera vez que iba caminando sin saber, sin acabar de tomar una decisión y aceptar la idea de vivir en Málaga. Yo pensaba que la ciudad iba a gustarme, pero no estaba muy seguro de si yo le iba a gustar a ella, si me podría adoptar en caso de que yo necesitase ser adoptado de alguna forma, sabéis que eso es lo que le ocurre siempre a los hijos descarriados que se van de la casa de sus padres a probar y a ver qué es lo que pasa en el resto del mundo.

Ya me habían dado varios Habanadrids recién llegado a la capital de España. Y unos intensos y hermosos Valencihabanas y Habanalencias en plena albufera de Blasco Ibáñez, con una puesta de sol que pude fotografiar usando las mismas luces que Sorolla.

Son como ataques que me descolocan, como un alzheimer bonito. Cuando me da el Malagahabana este hoy es aquel futuro que imagino y aún no existe.

Es por esas pastillas que me manda la sicóloga para que esté tranquilo y sea feliz. No me las tomo. Hago tai chi y me aclaro la mente con libros. Escucho música y concibo cosas imposibles.

Esta mañana acaba de darme un auténtico Habanarcelona, con temblores en el espinazo, escalofríos, piel de gallina y palpitaciones en el pecho y el estómago. Lo escribo tal y como lo he sentido. Fue escuchando el disco de los cubanos cantándole a Serrat. Me lo han prestado para que lo copie. Y me revuelve el alma, me desubica, no sé lo que estoy escuchando, ni dónde, no sé si este disco lo oí de joven en mi casa de San José, o si esa versión de “Mediterráneo” lo cantó Serrat anoche en la televisión catalana, para celebrarle el nombramiento por votación popular de mejor canción española del siglo pasado. No sé si esa música es española o cubana, si esos textos son antiguos o actuales, si las melodías son tradicionales o postmodernas, no logro distinguir si lo que oigo es popular o culto, por una parte dan ganas de bailarlas, pero por otra, hay letras que fueron escritas por poetas importantes (de los que te obligan a estudiar en las escuelas) y por lo menos hay que escucharlas con atención para poder enterarnos qué nos dice, a qué le canta este Joan Manolito, que ha puesto a tantos artistas de mi isla a trabajar con él, para él. Y que por él han sacado todas su maestrías, todas sus galas auténticas, y a esa obra original de un catalán le salen unas hijas respetuosas; pero disparatadas y locas, melodiosas, dulces, cantos de trovadores sentidos y de guaracheras trágicas y chusmonas, un producto tan cubano que no sé dónde ni en qué tiempo lo estoy escuchando, porque lo oigo en pleno ataque de habanarcelona mientras esta habitación se inunda de ese disco y os escribo para explicaros esto, que yo sé que me comprendéis si os digo que este descubrimiento es una joya intemporal hija de la globalización y el mestizaje, esa música reúne mis añoranzas y mis expectativas; la desconozco y la reconozco, y me da por pensar que a veces sí pueden ocurrir cosas imposibles y mezclas inauditas en este hoy de pasaportes de tercera clase y barreras electrónicas y monetarias. Viva el talento, viva el talento, viva el talento, y el pan compartido, los sonidos libres y mezclados y volando, viva el mestizaje y la poesía sucia, suelta por los callejones, voceada por poetas incultos y negras gritonas y sudadas; vivan los relojes derretidos de Dalí con los acordes trastocados para que los cubanos reajusten los textos de Miguel Hernández, Benedetti, o Machado y puedan cantar y contar las letras a ritmo de guarachas. Esta música se nos colará por alguna grieta oscura para alumbrarnos y sacudirnos las alas y las neuronas. Esa música es en sí misma un hueco en el tiempo, un túnel por el que me deslizo mientras escucho, escribo y confío en que me entenderéis. Somos del Mediterráneo, y del Caribe: hijos de mares hembras, como vosotras: amigas, hermanas, madres y amantes imposibles que me acompañan entre todas las mujeres memorables que siempre marcarán el resto de mi existencia.

Lunes y 26 de mayo 2000 y 8
Oyendo “Cuba le canta a Serrat”

jueves, 3 de junio de 2010

¿A dónde vas con esa ropa rota?



Me ha costado trabajo, pero al fin he podido comprarme el pantalón que andaba buscando. Muchos de mis amigos me entenderán cuando les cuente que he pasado tres tardes seguidas y hasta por diez tiendas diferentes y nada; yo quería un vaquero “normalito”, pero todo lo que me ofrecían parecía sacado de los almacenes bombardeados tras la Segunda Guerra Mundial.

Os cuento una anécdota:
Cuando vivía en Madrid, y gracias a unos amigos, una empresa me contrataba algunos fines de semana para trabajar en desfiles de moda.
Noooo, yo no desfilaba por la pasarela. Me pagaban por estar entre bambalinas, o dicho con onda: en el backstage; mi misión era ayudar a vestir a los y las modelos… Uno de los trabajos más pintorescos de los muchos que he realizado. Hay que hacerlo a contra reloj, con precisión militar, y el/la modelo tiene que salir impecable y radiante. Y sobre todo con las piezas de ropa sin confundir, porque los dueños de las firmas están entre el público, observando y comprobando que sus productos están siendo correctamente exhibidos, y ay de los pobres vestidores si nos equivocamos de marca, o sacamos la ropa de una firma cuando por los altavoces se anuncia otra.

Muchos de los desfiles en los que trabajaba se realizaban en ferias y congresos del mercado de la moda, los modelos son los encargados de sacar los avances para las temporadas venideras. El público lo componían periodistas, profesionales del diseño, distribuidores, exportadores, ya sabéis, todo lo que vale, brilla y vende en ese gremio. Así que nada de errores. Teníamos que ser extremadamente cuidadosos de no ensuciar o estrujar esas joyas del arte textil.

Mi hijo también echaba una mano de vez en cuando para ganarse unos euros extras. Vestíamos a los chicos. Había llegado a coger tanta pericia en la tarea que era capaz de completar a un modelo con traje de novio en menos de dos minutos, calcetines, pantalones, camisa con gemelos, corbata con pasador, chaqueta, zapatos relucientes… Y aún le sobraba un minuto para ayudarme.

De esto hace ya una década. Y bueno, voy con la anécdota: Un viernes estamos en el backstage, junto a las perchas con la ropa numerada; vamos a trabajar todo el fin de semana en un centro de congresos en Madrid. Acaban de presentarme al joven figurín, casi un niño, al que tengo que ayudar en los varios cambios que hará durante el desfile. El chico revisa el orden en que tiene que sacar cada prenda. Yo miro un pantalón vaquero que lucirá en esa escena de las luces, la música y el glamour, y le digo muy serio: "tú me vas a perdonar, pero el vaquero que te tienes que poner está un poquito roto, tiene varios huecos y desgarrones y unos hilos colgando, aparte de otros como descosidos, está un poco pisoteado por los bajos, por detrás, en la parte de los tacones de los zapatos, además está estrujado, desteñido, y de color así, entre amarillento y gris, como de churre o mugre".
El chico me mira con una mezcla de lástima o asombro; y también como asustado ante este indio putumayo que le ha tocado como colaborador, y me responde con voz fría, de experto aleccionador: "señor, es que ese pantalón es así…"

Por suerte, al chico le llevó menos de tres días darse cuenta de que me estaba quedando con él, porque a partir de ese momento cada vez que lo tocaba pasear aquel asco de vaquerito por la pasarela, unos minutos antes yo le recitaba la misma cantaleta de advertencia y ya hasta me sonreía paciente. Pero todavía hoy sospecho que nunca entendió mis intenciones humorísticas.
Aunque lo verdaderamente asombroso no lo he contado todavía: la verdadera sorpresa del pantalón la llevaba dentro, en el precio de la etiqueta; aquel trapo costaba una fortuna.

Yo me ponía las gafas, miraba bien de cerca la cifra en euros en la etiqueta, y me quedaba como mi pobre abuelita Rosa, que se murió sin llegar a entender la anorexia, por más que yo se lo expliqué, abuela la confundía con la anemia, que de eso ella sí sabía mucho. Nunca entendio cómo en España, famosa por su mucha y su buena comida, los jóvenes se mueren de trastornos alimentarios. "Eso es porque nunca han pasado hambre", decía ella razonando.

Y claro, ni mi abuela ni yo llegaríamos jamás a entender, y menos a aceptar esa tendencia moderna de lucir pálidos, famélicos y con ese look de pobretico-rotoso de mentiritas. Esa belleza que el mercado ofrece es belleza de la fea, estilizada, claro está. Esas divas y divos del glamour que marchan como dioses por una pista de madera enmoquetada a metro y medio del suelo nunca en su vida han tenido ropa fea y vieja y sucia de verdad, mugrienta y apestosa a sudor por la falta de jabón para lavarla, no coleccionaron trapitos gastaditos por el uso excesivo e irremediable, de prenda única, modelo único, porque no había otro, no distinguen las telas desteñidas por falta de tinte, estrujadas por falta de plancha, o de electricidad para plancharla, descosida por falta de hilos y agujas. No han tenido jamás que lucir diseños horrendos, toscos, tristes, repetidos en miles y miles de copias de producción industrial; nunca sustituyeron ojales o ajustaron solapas agarradas con alfileres, no por punkies, sino por la simple falta de botones. Es la paradoja (¿paranoia?) de la abundancia.
No hace falta realzar lo lindo en esta vida. Lo normal es ir perdiendo la belleza, envejecer, despojarnos de cualquier atributo de esplendor. Los chicos y muchas chicas de esta época se apresuran a ello, y ya no quieren ser guapos. Huyen de esa perfección de los diseños y los colores combinados en las ropitas que les ponen desde que son bebés. Parece que aquí la bonitura les persigue desde que nacen y les ponemos esos pañales de papel, absorbentes y funcionales. Son bonitos los pañales, y ni qué decir de los niños que aparecen con ellos en los anuncios de cualquier publicidad.

Pero los herederitos en cuanto pueden independizarse del dogma textil paterno, se compran ropas oscuras, camisetas negras con calaveras piratas, pantalones holgados hasta en tres tallas mayores; se cuelgan cadenas niqueladas y fuertes, se mapean tatuajes explícitos, y se rapan el pelo o se lo dejan largo en mechones locos, verdes, magentas y naranjas. Acaban haciéndose sufrir en nombre de ésa su belleza otra, perforada y atravesada de anillas, argollas y piercings con espinas de acero quirúrgico en cualquier parte que moleste, resalte y asombre. Es lo que hay, lo que ves. Contracultura, creo que le llaman los sesudos para dar alguna explicación coherente a tanto gilipolla que anda suelto por ahí. Ocurre que yo nunca he tenido tiempo, ni ganas, para leerme a fondo esas tesis que los expertos desarrollan en conferencias larguísimas sobre la sociología y la historia en el arte del vestir para justificar lo que ellos llaman tendencias, y sigo con la misma mentalidad de cualquier niño haitiano, o saharaui, que espera la llegada mensual de un camión de las Naciones Unidas con kits de comida deshidratada para refujiados, o miran al cielo a ver si los helicópteros lanzan bolsas con la ayuda humanitaria que se recolecta de entre las sobras y los excesos del primer mundo. Mis ojos son, siguen siendo, los de cualquier guajirito cubano que camina contento y cuidadoso el día en que alguna vez, alguna primera vez, estrena una gorra que alguien compró para él,  o una simple camiseta nuevecita, unos zapatos relucientes, un pantalón sin los bolsillos rotos.

domingo, 16 de mayo de 2010

Todo lo que necesitas va contigo.

Las hay flojindangas frotapubis, y las flojindangas frotacóccix.
 Estoy hablando de las riñoneras; y de las formas o maneras en que los cheos cubanos o los catetos españoles solemos llevarlas.

Hay otro modo de portarla, que es hombro izquierdo-sobaco derecho, o viceversa.

También es posible llevarla sin calzoncillos, pero con faldas y a lo loco cuando lo que va entre tus piernas es una sporran, porque ¿qué me dicen ustedes de esos forzudos machangos escoceses, creadores de la sporran la tatarabuela de la riñonera contemporánea? La sporran vista sin ninguna información previa es un bolso de señora joven; lleva pompones, flequitos, adornos y se ata a la cintura con unas cadenitas ultra fashion.

De entrada declaro que me he convertido en un defensor abnegado de la riñonera ochentera; sobre todo al descubrir (con asombro y un poquito de pena) que desde hacía tiempo las declararon accesorios de mal gusto, horteras, ridículos y demodés. Qué injusticia cometen con los cheos y catetos que hasta hoy nos negamos a abandonarlas.
La riñonera resuelve a la hora de la verdad, es más fácil de controlar en una guagua abarrotada, o en aeropuerto que parece un hormiguero.

Es como un bolsillo extra y grande en la cintura, que el portador (o porteador) atolondrado palpa, para cerciorarse de que el monedero, los documentos de identidad, la cámara fotográfica, las llaves de la casa, el mechero, un par de bolsas de plástico, un bolígrafo, una libretica de notas, las gafas, y el teléfono móvil; van seguros, protegidos y compactados en ese mini container a su vera.

En los pasados ochentas; cuando entraron a Cuba, comenzaron a ser conocidas como “mariconas” Ya se sabe que lo que el pueblo bautiza va a misa y se vuelve ley del lenguaje. Pero con todo y el -mal- nombre, la práctica cotidiana, la comodidad impuso la riñonera, canguro, manos libres, o como se llamen. Se convirtieron en unisexuales y lo mismo la llevaban los abuelos y abuelas en sus excursiones de jubilados, que los muchachones deportistas machos absolutos, por las arenas de las playas cubanas trotando kilómetros bajo el sol. Todo lo necesario para la carrera va en la riñonera, botella de agua incluida. La practica. Lo práctico. Se puede andar en cueros con ella a cuestas.

¿Cómo podríamos influir en los grandes modistos y diseñadores para que las rescataran y reivindicaran? Me/les pregunto.
Pues oh, sorpresa, en una publicación de moda para personas bien-pudientes leo:

No digas que no te avisamos, porque los 90 no sólo vuelven en formato 'vintage', sino que se reencarnan de la mano de las firmas de lujo. Si pensabas que el 'boomerang' de la moda se había superado trayendo de vuelta las hombreras, resulta que las riñoneras están en la plataforma de salida. ¿Era realmente necesario? A pesar del pasmo, atino a mostraros aquí un ejemplo de las riñoneras para este verano. Y cuidado que no hablamos de cualquier firma. ¡son de Vuitton!

Casi todos los cubanos de varias generaciones, le debemos la hermosura y fortaleza de nuestras piernas, (je,) a que prácticamente nos criamos pedaleando bicicletas. Qué aporte fue la riñonera para los bicicleteros. Y lo es. La razón se llama sentido práctico y común.

Con la llegada del buen tiempo Esperanza, mi bicicleta y mi riñonera (la mía es de mercadillo de toda la vida) vuelven a escena.

Como se puede observar en las fotos que he sacado de Internet, algunas llevan muy bien merecido el nombre con el que los cubanos las bautizaron.

Del himno al réquiem.

Tengo veinte años y las manos me sudan; es que tengo un inspector-asesor visitando la clase que voy a impartir esa mañana. Me estreno como profesor en una escuela en el campo, en Isla de Pinos de la Juventud. Estoy tan nervioso y tan asustado que todo se me cae de las manos, el bolígrafo, el borrador.

El inspector me mira y sonríe paternal.

Tengo, también, una canción revoloteándome alrededor. Soy militante de la Unión de Jóvenes Comunistas, tengo, repito; veinte años y mi sueño profesional en mis manos; soy un profesor de la nueva escuela cubana. Esa canción es mi himno privado, la banda sonora de ese sueño y del de miles de muchachos y muchachas que se desgañitan cantándola. Caminábamos con ella, dentro de ella. Sentíamos que hablaba de nosotros, los protagonistas de esa nueva raza, los que cultivábamos los jardines y cuidábamos los semilleros.

La letra es de Silvio, claro está (otra vez Silvio, lo siento) pero la letra la escribió él y yo me la aprendí hasta los tuétanos. Tanto, que aún gira en mi memoria mientras escribo este post.

Ésta es la nueva escuela,
ésta es la nueva casa,
casa y escuela nueva
como cuna de nueva raza.

Éstos son sus jardines,
éstos, sus semilleros
hechos con adoquines
de vergüenza, piedra y lucero.

Éstos, que continuamos
bajo la sombra más que aguerrida
de aquella semilla,
vemos en estos muros
un preludio del futuro
que lo bueno de los años duros
salvaron de ayer.

Éstos, los que habitamos
los lugares alzados a golpes
de sangre y martillo,
más que vivir, juramos
por los sueños, por las manos
que por este edificio sin dueño
se hicieron doler, doler.

Ésta es la nueva escuela,
ésta es la nueva casa,
casa y escuela nueva
como cuna de nueva raza

Éstos son sus jardines,
éstos, sus semilleros
hechos con adoquines
de vergüenza, piedra y lucero.

Ayer, más de cuarenta años después del apogeo de esta canción (está fechada como escrita en 1970) leo en la prensa que uno de los emblemas de la educación cubana llega a su fin, o languidece en estado de pre-funeral, como tantas otras cosas en mi patria.
Yo soy ahora ese profesor veterano de pelo blanco que aparece en las fotos; y las escuelas en el campo cubanas son la historia de un (otro) fracaso. Algo de lo que no nos podremos liberar nunca. El que nos engañáramos tan alegre y descaradamente los unos a los otros, ¡dios mío! aquellos records de promociones en los resultados académicos del experimento cubano que combinaba el estudio con el trabajo agrícola, hizo volver los ojos del mundo hacia nuestras isla socialista. Durante más de cuatro décadas todos contribuimos a mejorar los primeros (y bastante buenos) resultados de los estudiantes. La palabra que circulaba como un susurro era inflar y cada uno de nosotros soplaba su poquito de aire, desde los simples maestros en la base, al jefe de cátedra, al subdirector, al director, al asesor municipal, al provincial, al ministerio, a la UNESCO, a la UNICEF, hasta la estratosfera. El aire. La nada.

Ese aire de la nada pesa y pesará sobre dos generaciones de cubanos en la demostrablemente mala y cada vez más pésima calidad del conocimiento y la información adquiridos; pesa en las consecuentes desventajas laborales y competitivas frente a personas de otros países que tuvieron la oportunidad de preparase mejor.

En nuestros expedientes y currículos los acrónimos ESBEC (Escuela Secundaria Básica en el Campo) e IPUEC (Instituto Preuniversitario en el Campo) quedarán como constancias antiguas, y hasta pintorescas por la falta de uso.

¿Y mi himno? La canción también quedó obsoleta. Supongo que en algún momento del futuro será sacada de los archivos y museos para ilustrar las imágenes que narran aquellas décadas y aquel proyecto mastodóntico.

Hoy, tras la noticia de ayer, la música que envuelve la despedida es un réquiem, no el famoso de Mozart, sino (y perdón de nuevo) también de Silvio

Disfruté tanto, tanto cada parte,
y gocé tanto, tanto cada todo,
que me duele algo menos cuando partes,
porque aquí te me quedas de algún modo.

Ojalá nunca sepas cuánto amaba
descubrirte los trillos de la entrega
y el secreto esplendor con que esperabas
un reclamo de amor que ya no llega.

Anda, corre a donde debas ir,
anda, que te espera el porvenir.
Vuela, que los cisnes están vivos,
mi canto está contigo, no tengo soledad.

Si uno fuera a llorar cuando termina,
no alcanzarán las lágrimas a tanto,
nuestras horas de amor, casi divinas,
es mejor despedirlas con un canto.