sábado, 27 de febrero de 2010

Bimbó para la Virgen

Los que saldrán en las procesiones de Semana Santa ya ensayan en distintos sitios de Málaga. Vengo andando hacia casa, hemos dado un paseo largo. En un espacio de aparcamientos frente al estadio de La Rosaleda una banda ensaya. Me siento un rato a descansar, y a escuchar la música. Ensayan lejos, al otro lado del río, yo estoy sentado en un muro y apenas distingo a los músicos; pero la música me llega nítida, como a través de audífonos. No sé si lo imagino o es verdad que la ciudad hace más silencios cuando esa música suena en algunos barrios. La gente calla para escuchar.

Lo que escucho es de un dramatismo arrollador, música a veces sombría, luctuosa, ritmada por tambores militares que marcan la velocidad del paso, como latidos. Las trompetas lloran, se lamentan, alaban en voz alta, se me clavan en el pecho que me pesa, la música me corta la respiración, me la paraliza para que oiga y escuche y sienta esa pena tan honda que provoca la belleza. Es música para devotos. Es una pena que yo lo sea tan poco.
Y es una pena que no pueda desligarla de la virgen y oírla sin pre-juicios, ni pre-visiones, ni pre-imaginaciones.
Es que para mí y creo que para muchos, cada música tiene su video clip particular, su imagen-tipo asociada y no hay quien nos quite de las cabezas las pelucas blancas cuando oímos a Mozart, o las castañuelas de los dedos cuando escuchamos la Carmen de Bizet.
Dejo a los de la banda con su ensayo y sigo mi camino rumbo a casa. Y una melodía que a lo mejor alguna vez fue familiar empieza a filtrarse por las rendijas de mi memoria, un violín solo al que se les van uniendo otros instrumentos de cuerda. Me suena a música francesa de los años 60, a esos instrumentales dulces y apasionados que salen de bocinas ocultas en hoteles de lujo y clínicas de adelgazamiento. Lo que voy tarareando es una balada, va a ritmo de balada lenta, de las que se bailan muy juntos, con trajes largos y elegantes. Casi llegando a casa, lo que tarareo es ya de un lirismo conmovedor, la melodía ya va por la parte en que: “ella corre por la playa a arrojarse en los brazos de él que también avanza para estrecharla”, los violines gimen enamorados; de película con final de lagrimas rodando y nudo en las garganta. Y en ese momento es que descubro de donde me resulta familiar mi tarareo. Rebobino la orquestación a otra velocidad y la memoria me devuelve el original de 1974 El Bimbó de Georgie Dann.
Si es que no tengo remedio.

jueves, 25 de febrero de 2010

Agua de invierno

Escribía ayer:


Será por tanta lluvia que no cesa en medio de esta rueda del invierno. Estamos…, me siento como bajo una rueda que pasa sobre mí; estamos situados en el punto de las seis y treinta que marcan las agujas del reloj, por debajo de la rueda, girando de derecha a izquierda. Aplastados
Será por las malas noticias diversas que se acumulan en una sola semana. A María en Uruguay se le ha muerto Barbarita, que era la menor de sus hijas. A mis amigas se les mueren sus hijas, pienso con angustia.
En La Habana, el reloj de los diálogos sigue detenido. Otra vuelta de las agujas hacia el mismo punto (muerto); quienes representan a los gobiernos de Cuba y Estados Unidos tampoco volverán a escucharse, no habrá diálogos, ni acuerdos. Y nosotros mirando, esperando. Hartos de esperar. Nosotros, los representados.
Esta noche, el partido que dirige este país no es socialista, ni obrero. Lo gritan los currantes en la calle. El presidente de aquí promete diálogo, y que escuchará. Pero ya no le creemos. No da pie con bola. Se le acaba el tiempo. No puede prometer más.
Un banco me reclama el último fleco de una mensualidad que no alcancé a pagar. He firmado una citación. Me llevarán a juicio si no me exprimo hasta el último hilo de los bolsillos. Que espere y que se joda. No hay de donde sacar. Cuando a todos nos iba bien éramos felices y nos queríamos. El banco recuperó mes a mes todo lo que nos dio, más todo lo que nos cobró por dejarnos usar SU dinero (siempre es de ellos) El ultimo recibo no se pudo. No había. Sigue sin haber. Y yo debo… Sigo debiendo (hasta de callarme)
También había notado que tengo que cambiar mis gafas, ya va siendo hora de unos bifocales, o unos lentes progresivos. Me fui al optometrista a medirme la visión, y esa chica tan profesional de El Corte Inglés, me pone todos los cartoncitos con las letras de diversos tamaños. Yo miro a través de esa máquina con cristalitos, digo lo que creo ver. La noto nerviosa. Me da un papel con los resultados de la medición; dice que no me hace gafas nuevas hasta que antes no atienda un oculista. Mi ojo derecho va desastroso. Casi no ve. Malo. Sólo 22%. Ya he pedido hora para ver al médico.
Y no para de llover.
Será por todo eso que acumulo temas e ideas para escribir en este blog, y las desecho al día siguiente, por superfluas o aburridas. Me desanima la sensación de que voy a hacer perder el tiempo a mis lectores. Como si estuviéramos para perderlo.
De verdad que los inviernos me machacan bastante, y eso que estoy en Málaga, imagino cómo lo llevarán mis amigos cubanos en Estocolmo o Berlín.
Se me acumulan las cartas por escribir o contestar. Al menos tengo este blog, y me descargo. Escribo con incertidumbre y la sospecha de lo inútil de mi empeño.

Escribo hoy:

Esta mañana, uno de mis hermanos me llama desde Valencia para preguntarme si he visto en las portadas de los periódicos la foto de ese albañil negro que ha muerto de hambre y de impotencia en una cárcel cubana.
Quienes seguimos las publicaciones online y los blogs que se escriben desde afuera acerca de lo que ocurre allá adentro, sí lo sabíamos. Llevábamos semanas leyendo esas pequeñas notas, esos gritos ahogados pidiendo auxilio y socorro y atención, y miradas, miren para acá, miren lo que nos está pasando, Orlando se va a morir si continúa en su huelga de hambre. Parece que quienes tenían que hacerlo miraban hacia otro lado escuchando otras cosas, o no oyendo, simplemente sordos. Y nosotros aquí, mirando sin ver, a través de esos cristalitos redondos o de las pantallas rectangulares y planas de los ordenadores, letras que no dicen nada, voces distorsionadas por el rumor de la lluvia que no deja de caer.

jueves, 11 de febrero de 2010

No es lo mismo en las ingles que en inglés.

El corrector ortográfico de mi ordenador no distingue la diferencia entre ambas palabras; con lo cual tengo que acentuar una o des-acentuar la otra, en dependencia de lo que quiera decir.
Lo mismo ocurre con rigideces y continuantes, mi diccionario online en la Web de la Real no las reconoce. No existen.
Sin embargo están ahí, en mi realidad que escribo.
Hay un grupo de novatos, que empezaron esta tarde con la clase cero, esa clase toda llena de asombros, y de las rigideces del primer día.
Y hay otro grupo al que llamo, los continuantes. Siento mucho que los ilustres sabios académicos no la recojan ni reconozcan; pero a mis alumnos de tai chi de El Perchel evito llamarles los viejos del año pasado.
De manera que con los continuantes ya este curso me tocará hablar del trabajo con la energía interna asociado a la práctica del movimiento externo. Tendremos que empezar intentando conectar todas esas secuencias de respiraciones que estuvimos repitiendo hasta memorizarlas en meses anteriores, y cuando les diga conectar, me refiero a la energía que mueve esa respiración; hay que aprender a enchufarla, y aquí me llega el delicado asunto que debo explicarles. Con este nuevo año, los continuantes llevan tres cursos conmigo, son los aventajados, ya pueden seguirme en una secuencia de casi cuarenta movimientos. Va siendo hora; pienso comentarles acerca del asunto, el trabajo con la energía en la cintura, en el área del ombligo, y un poco más abajo, en el pubis, y un poco más abajo y hacia adentro y hacia atrás, y por detrás, entra las piernas, subiendo hacia el interior de abajo hacia arriba, por las nalgas y ascendiendo hacia el cóccix, energía, y calor, en todas esas partes. Hay que sentirla, y moverla. Trabajar para llevarla a las puntas de los dedos, a las plantas de los pies, al centro de la coronilla, al sexo, incluso al sexo.
A ver cómo le explico yo a esas damas y a esos caballeros de El Perchel este asunto, con estas palabras, que bien leídas y mal interpretadas pueden dar pie a miles, diversos, variados e innumerables comentarios, sobre todo cuando los continuantes comenten el contenido de mis explicaciones con los novatos asombrados.

*La postal de esta entrada (Orante) es obra de Ariel Miranda, que ilumina esas maravillas con la energía de los fractales matemáticos.

Vuelvo a El Perchel (con El Quijote)

Me han renovado el contrato, buena noticia, hasta diciembre, mejor noticia. Vuelvo a las clases de tai chi. Empiezo otra vez con mis alumnos, los abuelos del Centro de Mayores El Perchel.

El Perchel es un muy antiguo barrio de Málaga, tan antiguo que hasta aparece mencionado en El Quijote. Yo bromeo con mis alumnos, con las abuelas y las llamo Damas del Perchel, del ilustre barrio citado por el Ingenioso Hidalgo en su obra cumbre. Y ellas sonríen halagadas.
Mejor no me pongo a explicarles porqué Cervantes cita al Perchel y lo pone en el primero de una lista de zonas y ciudades similares en otras partes de España que, cuatrocientos años atrás, eran de todo menos ilustres.
Tengo la edición de El Quijote de 2004, la que publicó la Real Academia cuando el IV Centenario de la novela; el libro es un ladrillo de los grandecitos, pesa 960 gramos, o sea le faltan 40 gramos para el kilo. Abulta como un kilo de azúcar o de arroz. (Antes de escribir lo anterior, he ido a la cocina y pesé el libro en la báscula electrónica de la termomix) Dentro de ese objeto con las dimensiones y el grueso de un ladrillo hay mil doscientas cincuenta páginas de papel Biblia de grano fino, encuadernado en cartoné con brillo. Es un container.
El contenido es una delicia que se disfruta con horas y paciencia, cosas de las que carezco en estos tiempos. Y con sentido del humor y mirada como de niño, que de eso si algo me quedará todavía. Ojalá tuviese el tiempo y esa paciencia suficientes para sumergirme en todos esos sesudos y profundísimos estudios que hay que leerse antes de empezar la novela, nueve estudiosos, entre ellos Vargas Llosa, Francisco Ayala, y Martín de Riquer, nos dan sus visiones (eruditas e inteligentísimas) como aperitivo. Pero yo no sé si me echarían a echar a perder la lectura, y acabaría tomándomelo como cuando alguien te ultrarecomienda que observes y tengas en cuenta, y te fijes en las escenas de la película tal, cuando vayas a verla por primera vez. Te condicionan. Y un poco que te la joden.
Yo le entré al Quijote en mi adolescencia en la biblioteca de mi padre, y no le pude. Y ahora con esta edición especial lo que me ocurre durante la lectura es que cada diez líneas tengo que parar para buscar la nota a pie de página, y hay páginas que tienen entre cuatro y diez notas en los pies. Así no hay quien avance, y leo como con la sensación de tener a un pesado, que ya se vio la película, y lo tenemos sentado al lado en el cine, explicando lo que estamos viendo.
Y recuerden que hay que leerse 1,250 páginas de papel cebolla.
Sostener el libro frente a nosotros durante la lectura puede servir también para ejercitar y tonificar los músculos de las manos, muñecas, brazos y antebrazos. Dentro de una bolsa o portafolio funciona como mancuerna y podemos incluir ejercicios para los hombros. Lo sé. Lo he probado. Llevo gran parte de mi vida acarreando enciclopedias.

Mis relaciones intra-literarias con la realidad externa. A eso llamo lo que me ocurrió con la Ceiba de Don Alejo. Y luego leyendo El Quijote, aquí en Málaga. De no ser porque estaba trabajando en ese barrio de El Perchel en los momentos en que releía El Quijote, no me habría fijado en esas líneas.
Explico: En el Capítulo Tercero, titulado La Vela de las Armas. Don Quijote ya ha emprendido su aventura. Va por los campos de Montiel, comarca de La Mancha entre Ciudad Real y Albacete, y al anochecer, cansado y con hambre, se hospeda en una venta. Don Quijote confunde la venta con un castillo y cree que ventero es el amo del lugar. Luego de comer, don Quijote le pide al señor del castillo que le ordene caballero.
Copio un fragmento breve:

Capítulo tercero
Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo D. Quijote en armarse caballero.

…No esperaba yo menos de la gran magnificencia vuestra, señor mío, respondió D. Quijote; y así os digo que el don que os he pedido, y de vuestra liberalidad me ha sido otorgado, es que mañana, en aquel día, me habéis de armar caballero, y esta noche en la capilla de este vuestro castillo velaré las armas; y mañana, como tengo dicho, se cumplirá lo que tanto deseo, para poder, como se debe, ir por todas las cuatro partes del mundo buscando las aventuras en pro de los menesterosos, como está a cargo de la caballería y de los caballeros andantes, como yo soy, cuyo deseo a semejantes fazañas es inclinado.


El ventero, que como está dicho, era un poco socarrón, y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando acabó de oír semejantes razones, y por tener que reír aquella noche, determinó seguirle el humor; así le dijo que andaba muy acertado en lo que deseaba y pedía, y que tal prosupuesto era propio y natural de los caballeros tan principales como él parecía, y como su gallarda presencia mostraba, y que él ansimesmo, en los años de su mocedad se había dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo buscando sus aventuras, sin que hubiese dejado los Percheles de Málaga, Islas de Riarán, Compás de Sevilla, Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlúcar, Potro de Córdoba, y las Ventillas de Toledo, y otras diversas partes,(5) donde había ejercitado la ligereza de sus pies y sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas, y engañando a muchos pupilos, y finalmente, dándose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda España; …

(5) Eran todos barrios de mala fama en la época. (N. del E.)

viernes, 5 de febrero de 2010

Homenaje al monumento


La ceiba estaba sola. Era por la tarde y la tierra alrededor del pedestal permanecía húmeda y fangosa con las lluvias de octubre. Dimos un rodeo para colocarnos frente a las letras que íbamos a leer y lo que descubrimos nos llenó de una perplejidad que estalló en carcajadas incontenibles: tres mojones largos y resecos cubrían parte del texto en el centro de la placa. Alguien, quizás algún guajiro de la zona había aprovechado la altura del monumento para no tener que enfangarse el culo mientras hacía de vientre… Fíjate tú, volvemos a la utilidad práctica de los monumentos… Recuerdo que mi hijo quitó la caca seca, en la que se veían semillas de guayaba, la quitaba con un palito, la mierda se desmoronaban y caía del pedestal al suelo, y también se nos caían las lágrimas de risa, no podíamos parar de reír mientras yo repetía lo mismo: “¿Lo ves? Por eso yo no quería nada de esto…”



La fiesta bajo el árbol... (continúo)

Este fragmento fue la clave de lo que encontré mientas leía por primera vez La Consagración de la Primavera aquella lejana tarde de calor:

Y pensaba que el guajiro cubano, al llamar “madre de todos los árboles” a la ceiba debía acaso a su ancestral sabiduría la noción de que con ello identificaba a la Mujer y el Árbol, alcanzando la esencia primordial de todas las religiones, donde Tierra y Madre —con cifras de tronco y retoño— son la ecuación significante de toda proliferación. Hay un mito del Árbol de la Vida, Árbol-centro-del-mundo, Árbol-del-Saber, Árbol-del-Ascenso, Árbol-Solar, según las viejas cosmogonías caribes. Y es aquí y no fuera —advierto yo— donde la tierra tiene un vocabulario que en alientos me llega, donde el agua de una cañada cercana acaba de devolverme una identidad olvidada, donde los espartos que estrujo entre los dedos me cuentan mi infancia; es aquí donde tengo, por primera vez, la impresión de formar parte de algo, de algo que vengo buscando desde hace años. Y me doy cuenta de que necesité de un largo periplo, de una suerte de viaje iniciaco colmado de pruebas y de riesgos, para hallar la más sencilla verdad de lo universal, lo propio, lo mío y lo de todos —entendiéndome a mí mismo— al pie de una ceiba solitaria que antes de mi nacimiento estaba y está siempre, en un lugar más bien árido y despoblado, entre los Cuatro Caminos —¿premonición?— y las canteras de Camoa, a la izquierda, subiendo por el antiguo camino de Güines, Árbol-de-la-Necesidad-Interna. Tellus Mater, que empieza verdaderamente a hablarme aquí, fuera del Camino de Santiago, del Camino de Roma, del Camino de Lutecia, cerca de un estanque de aguas dormidas donde, al atardecer, el grito lúgubre de algún pavo real se mezcla con el pululante croar de las ranas-toros subidas, para afinar su coral nocturno, en anchas hojas flotantes. Hay aquí un Árbol-centro- del- Mundo, que abre para mí la boca de sus cortezas, a la izquierda del camino de Güines, donde me parece que empiezo a dar con la razón de ser de mí mismo.

Mi padre, que por aquel entonces era uno de los hombres más cultos que tenía cerca, me aclaró el misterio cuando le comenté que Carpentier describía la zona donde nacimos con una familiaridad…, como si la conociera… Y es que la conocía, mi padre me dijo que el niño Alejo Carpentier se crió y creció en una finca entre los caseríos de Cuatro Caminos y Loma de Tierra.

Años después la propia Lilia Esteban de Carpentier, nos contaría (a mi compadre Norberto y a mi) más detalles y anécdotas que despejarían incógnitas autobiográficas acerca de ese personaje, que en la novela volvía como sobreviviente de la guerra civil española a sentarse bajo una ceiba, para recobrar identidades olvidadas mientras escuchaba el rumor del agua en una cañada cercana y estrujaba espartos que le contaban su infancia.

Ese personaje quería,(y repito el fragmento que he leído miles de veces):
…hallar la más sencilla verdad de lo universal, lo propio, lo mío y lo de todos —entendiéndome a mí mismo— al pie de una ceiba solitaria que era un Árbol-centro-del-Mundo (…) donde me parece que empiezo a dar con la razón de ser de mí mismo…

Luego los giros de mi vida harían que lo entendiera en carne propia, me refiero a eso de que a veces hay que irse lejos, bien lejos, para darte cuenta de que formas –o no- parte de algo. Vine a parar a esta España en paz; pero ya ése es otro tema que me aparta del asunto de los monumentos inútiles; y yo quiero seguir contando que el descubrimiento de aquellas páginas me llevó a coger mi bicicleta para irme rumbo a las canteras de Camoa e intentar ubicar la ceiba que Don Alejo describía con tanta precisión.

Siempre me ha quedado la duda de si la que hallé era la correcta. Resulta que hay varias en esa zona. Pero la escogida responde en mucho a la descripción original y mi corazón y yo la situamos desde entonces y para siempre como un Árbol-centro-del-Mundo personal y particular, que luego resultó ser el de muchos y para muchos cada 26 de diciembre, día del nacimiento del escritor y época propicia para celebraciones, por caer la fecha en la última semana de cada año. De verdad que nunca, ni remotamente me propuse inventar una tradición que luego ha sido catalogada hasta como antiimperialista. Todo eso vino después, junto con los homenajes, los monumentos, las palabras de bienvenida, las reseñas en la prensa y la consabida niña pionera histérica que lee un comunicado de apertura (siempre escrito por un adulto) en el que los niños juran convertirse en baluartes para combatir las hegemónicas cruzadas del imperialismo (¡!!!¡¡¡)

La idea original había sido algo más sencillo y espontáneo: una fiesta bajo el árbol escogido. Eso, reunirnos los amigos a homenajear a nuestro paisano, celebrar y celebrarnos y que cada cual trajera lo que podía o lo que tenía: un par de machetes para chapear y acondicionar el terreno alrededor de la ceiba, una lona de camión para sentarnos sobre ella, guitarras, libros de poesía, relatos para leerlos en voz alta, lápices y pedazos de cartulinas para hacernos caricaturas, tambores, panes, croquetas, botellas de ron, risas…
Sin planes de trabajo, objetivos a medir, ni fechas de cumplimiento… Por eso se sumaron tantos libre y voluntariamente. Fue una locura bonita, un ataque de embullo colectivo que comenzaba siempre con la simple lectura del fragmento de la novela en el que Carpentier hace referencia a nuestra ceiba y terminaba con todos bailando en círculo, con un dame la mano y danzaremos, felices, reconfortados, unidos.

En el verano de 1993 me fui de Cuba casi (que) para siempre y pese a todas mis advertencias en contra, la fiesta comenzó a recibir apoyos oficiales y entró, para bien y para mal, en los planes anuales del ministerio de cultura, de las universidades, las fundaciones, las asociaciones de escritores y hasta en los de empresas de contratación artística. Fue inevitable. Por una parte alegraba, y por otra me asustó.

Hasta que alguien posteriormente propuso erigir el consabido monumento conmemorativo bajo el árbol. Monumento oficial; ¿a que te pone los pelos de punta? Pero yo ya no podía hacer nada para evitarlo. Aquello se me había ido de las manos y estaba ya en las de muchos otros con alto poder de decisión. Y finalmente no me pareció tan mal cuando supe que el monumento iba a consistir en una sencilla placa de bronce colocada cerca del árbol sobre un pedestal de cemento, a un metro y poco de altura del suelo. En la placa pueden leerse algunas líneas que relacionan al escritor con la ceiba y su famoso libro. Y ya, se hizo, se colocó y se inauguró oficialmente en presencia de la viuda de Alejo.
Yo estaba lejos cuando todo eso ocurrió. Así que en el primero de mis varios viajes de visita a Cuba (todavía sigo siendo un visitante); mi hijo me llevó hasta la ceiba para que viera el resultado del monumento conmemorativo.

Continúa…





miércoles, 3 de febrero de 2010

Baluarte particular

¿Qué os parece el titulillo de hoy?
Para los no cubanos que me leen tengo a veces que explicar cosas que son obvias para los sí cubanos.
Revisando los archivos de finales del 2009, encuentro las fotos que me enviaron desde San José de las Lajas, son de la última fiesta celebrada bajo la Ceiba de Don Alejo. Pongo algunas para que las veáis.
De cómo surgió ese encuentro que se ha convertido en tradición, he hablado muchas veces en lugares y con personas diferentes; también he escrito algo. Y voy a fragmentar un escrito en varios posts para quien quiera leerlos y tenga tiempo, (y quiera enterarse y meditar conmigo acerca de la (in)utilidad de los monumentos y las tradiciones.)
Yo inventé una, esa de reunirnos bajo el gran árbol madre.
Ha pasado más una década y media y aún hoy puede leerse en Internet algo acerca de eso. (Si buscáis en Google, por ejemplo, aparecen textos como este:)

La Ceiba de Don Alejo es una peña cultural que se realiza cada año en el mes de diciembre, al pie de una ceiba solitaria ubicada en la finca Linares, Kilómetro. 26 ½, Carretera Central, San José de las Lajas; con el objetivo de homenajear, en el aniversario de su nacimiento, al escritor cubano Alejo Carpentier, quien describió y ubicó geográficamente dicho árbol en su novela La consagración de la primavera.
La peña constituye -bajo el auspicio de la AHS* en la Habana- la principal cita del arte joven en nuestra provincia y encierra entre sus objetivos primordiales:
-Promover los más altos valores de la cultura cubana y en particular, la vida y obra de Alejo Carpentier.
-Propiciar la confrontación del quehacer habanero con la obra de creadores e intelectuales jóvenes de reconocido prestigio a nivel nacional.
-Promocionar el talento artístico joven de la provincia.
-Brindar a la comunidad rural aledaña a la ceiba la posibilidad de intercambiar con lo más significativo de la producción artística joven del país y
-Promover el libro y la lectura como fuente inagotable de conocimiento y disfrute.

ANTECEDENTES
La ceiba de Don Alejo nace en 1992 por iniciativa del escritor lajero Ricardo Ortega, quien fascinado por la narrativa carpenteriana se dio a la tarea de localizar, junto con un grupo de creadores e intelectuales del territorio la ceiba descrita por Alejo Carpentier en las páginas de “La consagración de la primavera.”
Una vez localizado el árbol, surgió la idea de realizar a su sombra cada diciembre, en las cercanías del cumpleaños del autor, una peña donde trovadores y escritores rindieran homenaje al destacado novelista cubano. Durante sus años de vida, La ceiba de Don Alejo ha crecido al punto de convertirse en una hermosa tradición, esperada por un gran número de lajeros y de vital importancia para la comunidad aledaña al sitio donde crece.
En 2002 la peña se convierte, bajo el auspicio de la AHS de La Habana, en la principal cita del talento joven de la provincia. Desde su fundación la peña ha contado con la presencia de la trovadora Teresita Fernández, quien la ha nutrido con su ángel particular.
La ceiba de Don Alejo surgió a partir de la iniciativa de un grupo de creadores e intelectuales lajeros, convirtiéndose en una de las más importantes acciones cultural-comunitaria que se realiza en San José de las Lajas y en La Habana. Ha devenido tradición viva insertada en la comunidad y contribuido a potenciar la identidad de los vecinos que allí habitan. Han estado bajo la sombra de la ceiba importantes figuras de nuestra cultura, entre los que destacan: Lilian Esteban, viuda de Alejo Carpentier; la Doctora Graciella Pogolotti, las cantautoras Teresita Fernández y Marta Valdés y los ensayistas Luis Toledo Sande, Roberto Zurbano y Fernando Rodríguez Sosa, entre otros muchos. En los últimos años la peña ha sido natural punto de encuentro para poetas, narradores y trovadores jóvenes, que han hecho de esta cita un fructífero taller de intercambio alejado de los espacios institucionales convencionales.
La peña como proyecto propicia la confluencia de la Plástica, la Música, la Literatura y las Artes Escénicas. Este espacio constituyó en su creación una alternativa cultural de vital importancia socio-comunitaria, ante la terrible crisis económica conocida como período especial, y es hoy en día modelo vital del compromiso de la cultura y de los artistas e intelectuales cubanos para con su pueblo, además de un particular baluarte frente a la hegemónica cruzada del imperialismo
. (¡!!!!¡¡¡)
*(AHS -Asociación Hermanos Saíz- la integran jóvenes intelectuales y artistas cubanos)
Lo de: “modelo vital del compromiso de la cultura y los artistas para con su pueblo” (el subrayado es mío) me deja de una pieza. Y lo que más me deja boquiabierto es el renglón final, a partir de particular baluarte, etc., etc. (los siete signos de admiración entre paréntesis también son míos). Ya comentaremos esas líneas y otras afirmaciones por el estilo.
Yo, como tengo esos problemas de ser un ignorante, leía a Carpentier siendo muy joven, y terminaba abrumado por las cataratas de sus descripciones barrocas. Tenía que leerlo despacio, y muchas veces con un diccionario (de los gordos) al alcance de la mano. Es mucha la cantidad de nombres de personas importantes e ilustres que Carpentier menciona en sus textos, como si fueran conocidos de él de toda la vida, y como si uno, yo, el lector, también supiera de quienes se trataba en cada caso: científicos, políticos, pensadores, filósofos, compositores, escritores europeos de otros siglos... Es que Carpentier viajó mucho y conoció lugares y personas importantes, y yo, por la época en que empecé a leerlo, no había llegado aún más lejos que a Isla de Pinos, en el sur occidental de Cuba.
Así que descubrir una buena tarde de lectura el nombre de mi pueblo: San José de las Lajas, en un capítulo de “La Consagración de la Primavera” me llenó de estupor y curiosidad.
Resultaba que lugares tan poco atrayentes y antiliterarios como el Camino de Güines, las canteras de Camoa, o las Tetas de Managua, aparecían junto a latinajos como “Tellus Mater” o a vías tan espirituales y transitadas como los caminos de Santiago, el camino de Roma, o el de Lutecia (que tardé mucho en saber dónde estaba y a dónde llegaba.)

Continuaré…