domingo, 16 de mayo de 2010

Todo lo que necesitas va contigo.

Las hay flojindangas frotapubis, y las flojindangas frotacóccix.
 Estoy hablando de las riñoneras; y de las formas o maneras en que los cheos cubanos o los catetos españoles solemos llevarlas.

Hay otro modo de portarla, que es hombro izquierdo-sobaco derecho, o viceversa.

También es posible llevarla sin calzoncillos, pero con faldas y a lo loco cuando lo que va entre tus piernas es una sporran, porque ¿qué me dicen ustedes de esos forzudos machangos escoceses, creadores de la sporran la tatarabuela de la riñonera contemporánea? La sporran vista sin ninguna información previa es un bolso de señora joven; lleva pompones, flequitos, adornos y se ata a la cintura con unas cadenitas ultra fashion.

De entrada declaro que me he convertido en un defensor abnegado de la riñonera ochentera; sobre todo al descubrir (con asombro y un poquito de pena) que desde hacía tiempo las declararon accesorios de mal gusto, horteras, ridículos y demodés. Qué injusticia cometen con los cheos y catetos que hasta hoy nos negamos a abandonarlas.
La riñonera resuelve a la hora de la verdad, es más fácil de controlar en una guagua abarrotada, o en aeropuerto que parece un hormiguero.

Es como un bolsillo extra y grande en la cintura, que el portador (o porteador) atolondrado palpa, para cerciorarse de que el monedero, los documentos de identidad, la cámara fotográfica, las llaves de la casa, el mechero, un par de bolsas de plástico, un bolígrafo, una libretica de notas, las gafas, y el teléfono móvil; van seguros, protegidos y compactados en ese mini container a su vera.

En los pasados ochentas; cuando entraron a Cuba, comenzaron a ser conocidas como “mariconas” Ya se sabe que lo que el pueblo bautiza va a misa y se vuelve ley del lenguaje. Pero con todo y el -mal- nombre, la práctica cotidiana, la comodidad impuso la riñonera, canguro, manos libres, o como se llamen. Se convirtieron en unisexuales y lo mismo la llevaban los abuelos y abuelas en sus excursiones de jubilados, que los muchachones deportistas machos absolutos, por las arenas de las playas cubanas trotando kilómetros bajo el sol. Todo lo necesario para la carrera va en la riñonera, botella de agua incluida. La practica. Lo práctico. Se puede andar en cueros con ella a cuestas.

¿Cómo podríamos influir en los grandes modistos y diseñadores para que las rescataran y reivindicaran? Me/les pregunto.
Pues oh, sorpresa, en una publicación de moda para personas bien-pudientes leo:

No digas que no te avisamos, porque los 90 no sólo vuelven en formato 'vintage', sino que se reencarnan de la mano de las firmas de lujo. Si pensabas que el 'boomerang' de la moda se había superado trayendo de vuelta las hombreras, resulta que las riñoneras están en la plataforma de salida. ¿Era realmente necesario? A pesar del pasmo, atino a mostraros aquí un ejemplo de las riñoneras para este verano. Y cuidado que no hablamos de cualquier firma. ¡son de Vuitton!

Casi todos los cubanos de varias generaciones, le debemos la hermosura y fortaleza de nuestras piernas, (je,) a que prácticamente nos criamos pedaleando bicicletas. Qué aporte fue la riñonera para los bicicleteros. Y lo es. La razón se llama sentido práctico y común.

Con la llegada del buen tiempo Esperanza, mi bicicleta y mi riñonera (la mía es de mercadillo de toda la vida) vuelven a escena.

Como se puede observar en las fotos que he sacado de Internet, algunas llevan muy bien merecido el nombre con el que los cubanos las bautizaron.

Del himno al réquiem.

Tengo veinte años y las manos me sudan; es que tengo un inspector-asesor visitando la clase que voy a impartir esa mañana. Me estreno como profesor en una escuela en el campo, en Isla de Pinos de la Juventud. Estoy tan nervioso y tan asustado que todo se me cae de las manos, el bolígrafo, el borrador.

El inspector me mira y sonríe paternal.

Tengo, también, una canción revoloteándome alrededor. Soy militante de la Unión de Jóvenes Comunistas, tengo, repito; veinte años y mi sueño profesional en mis manos; soy un profesor de la nueva escuela cubana. Esa canción es mi himno privado, la banda sonora de ese sueño y del de miles de muchachos y muchachas que se desgañitan cantándola. Caminábamos con ella, dentro de ella. Sentíamos que hablaba de nosotros, los protagonistas de esa nueva raza, los que cultivábamos los jardines y cuidábamos los semilleros.

La letra es de Silvio, claro está (otra vez Silvio, lo siento) pero la letra la escribió él y yo me la aprendí hasta los tuétanos. Tanto, que aún gira en mi memoria mientras escribo este post.

Ésta es la nueva escuela,
ésta es la nueva casa,
casa y escuela nueva
como cuna de nueva raza.

Éstos son sus jardines,
éstos, sus semilleros
hechos con adoquines
de vergüenza, piedra y lucero.

Éstos, que continuamos
bajo la sombra más que aguerrida
de aquella semilla,
vemos en estos muros
un preludio del futuro
que lo bueno de los años duros
salvaron de ayer.

Éstos, los que habitamos
los lugares alzados a golpes
de sangre y martillo,
más que vivir, juramos
por los sueños, por las manos
que por este edificio sin dueño
se hicieron doler, doler.

Ésta es la nueva escuela,
ésta es la nueva casa,
casa y escuela nueva
como cuna de nueva raza

Éstos son sus jardines,
éstos, sus semilleros
hechos con adoquines
de vergüenza, piedra y lucero.

Ayer, más de cuarenta años después del apogeo de esta canción (está fechada como escrita en 1970) leo en la prensa que uno de los emblemas de la educación cubana llega a su fin, o languidece en estado de pre-funeral, como tantas otras cosas en mi patria.
Yo soy ahora ese profesor veterano de pelo blanco que aparece en las fotos; y las escuelas en el campo cubanas son la historia de un (otro) fracaso. Algo de lo que no nos podremos liberar nunca. El que nos engañáramos tan alegre y descaradamente los unos a los otros, ¡dios mío! aquellos records de promociones en los resultados académicos del experimento cubano que combinaba el estudio con el trabajo agrícola, hizo volver los ojos del mundo hacia nuestras isla socialista. Durante más de cuatro décadas todos contribuimos a mejorar los primeros (y bastante buenos) resultados de los estudiantes. La palabra que circulaba como un susurro era inflar y cada uno de nosotros soplaba su poquito de aire, desde los simples maestros en la base, al jefe de cátedra, al subdirector, al director, al asesor municipal, al provincial, al ministerio, a la UNESCO, a la UNICEF, hasta la estratosfera. El aire. La nada.

Ese aire de la nada pesa y pesará sobre dos generaciones de cubanos en la demostrablemente mala y cada vez más pésima calidad del conocimiento y la información adquiridos; pesa en las consecuentes desventajas laborales y competitivas frente a personas de otros países que tuvieron la oportunidad de preparase mejor.

En nuestros expedientes y currículos los acrónimos ESBEC (Escuela Secundaria Básica en el Campo) e IPUEC (Instituto Preuniversitario en el Campo) quedarán como constancias antiguas, y hasta pintorescas por la falta de uso.

¿Y mi himno? La canción también quedó obsoleta. Supongo que en algún momento del futuro será sacada de los archivos y museos para ilustrar las imágenes que narran aquellas décadas y aquel proyecto mastodóntico.

Hoy, tras la noticia de ayer, la música que envuelve la despedida es un réquiem, no el famoso de Mozart, sino (y perdón de nuevo) también de Silvio

Disfruté tanto, tanto cada parte,
y gocé tanto, tanto cada todo,
que me duele algo menos cuando partes,
porque aquí te me quedas de algún modo.

Ojalá nunca sepas cuánto amaba
descubrirte los trillos de la entrega
y el secreto esplendor con que esperabas
un reclamo de amor que ya no llega.

Anda, corre a donde debas ir,
anda, que te espera el porvenir.
Vuela, que los cisnes están vivos,
mi canto está contigo, no tengo soledad.

Si uno fuera a llorar cuando termina,
no alcanzarán las lágrimas a tanto,
nuestras horas de amor, casi divinas,
es mejor despedirlas con un canto.

domingo, 9 de mayo de 2010

Juguetes para adultos





La simple combinación de ambas palabras: juguete y adulto; nos lleva hasta las puertas de un sex shop, que es al parecer, la única juguetería disponible para quienes hemos dejado de ser niños.


Todavía no me ha dado por ahí, creo que por suerte; aunque cada cual gasta su dinero y se compra los juguetes que necesite para divertir su existencia (y estimular la libido y la imaginación) No critico.

El motivo del titulo de este post es que me he comprado dos cometas.

Papalotes les decimos en Cuba.

Me fascinan desde la infancia.

Volar un papalote, cometa, cachirulo, barrilete… una chiringa hecha con una hoja de periódico doblada en triángulos y atada a un carrete de hilo de coser… Me veo como en fotos fijas de la memoria; y el niño de la foto es un niño feliz conectado desde la tierra con el cielo alto, allá en lo alto donde esa armazón de papel y varillas flota y cabecea contra el viento, amenazando con caer, con irse a pique, irse a bolina…

Eso que vuela allá arriba soy yo, porque los fabricaba con mis manos, con cañas, que en Cuba les decimos güines, con hilos, papel de china y engrudo casero.

Invento de chinos, que son los artífices de las fantasías, y saben convertirlas en fuegos artificiales, en sombras que cuentan historias, en cometas de seda bordada que pueden representar mariposas, castillos flotantes, dragones, por supuesto…

Mis pobreticos y toscos papalotes no podían llegar tan arriba ni en vuelo tan sereno como esas maravillas de diseño creadas por los artesanos chinos.

A los ex niños que crecimos con alguna cuenta pendiente en cuanto a limitación y carencia de juguetes, luego un día, muchos años después, la vida nos pone por delante las cristaleras luminosas y coloridas de las jugueterías especializadas en complacer, e incluso sorprender al niño más pedante y caprichoso (que aquí los hay y muchos, me consta) o los puestos de un mercadillo callejero, llenos de juguetes populares y sencillos, capaces de hacerte feliz con solo imaginarte jugando con ellos.

Dos tardes por semana, en mi camino al Perchel, paso por frente a esos kioscos y veo al cometa naranja con cara de payaso, desplegado, colgando de una vara bajo un toldo, invitándome a volar, a que me lo llevara de allí.

Compré dos, el payaso y otro con forma de mariposa; porque he pensado que cuando vaya a volarlo seguramente no iré solo, y a mi me enseñaron desde niño a compartir los juguetes y los sueños con los que no tienen nada ni cómo echarlos a volar.