domingo, 13 de junio de 2010

¿Separar para unir?


¿Por qué muchos de los títulos de mis posts son preguntas?; me pregunto. ¿Por qué estoy, (¿estamos?) llenos de respuestas que sabemos no podemos dar? ¿Será por el miedo? Siempre el miedo. Miedo a ver esas respuestas en todo su esplendor o en todo su espanto.
Seguimos deseando lo mismo que cuando éramos niños y los adultos nos lo impedían, ser libres, entrar y salir de tu casa, hablar sin permiso, discrepar con los mayores, quitarnos las camisas en verano, o cortales las patas a los pantalones viejos para hacerlos bermudas, leer libros prohibidos en otros idiomas, hablar en otros idiomas, pensar en otros idiomas, en otras gentes, como otras gentes, ver a esas personas en sus lugares de vida como ellos nos veían a nosotros, movernos por el mundo, fotografiar ciudades, puentes, parajes con colores inesperados, con otras luces; queríamos probar sabores, contrastar olores, intercambiar monedas y regalos, queríamos crecer iguales y diferentes.
Crecemos…, crecimos y las barreras siguen ahí, las preguntas a un lado, las respuestas al otro; y en medio ese vacío rodeado de signos de interrogación revoloteando como mariposas oscuras alrededor de los aduaneros, de los funcionarios, de los represores o los profesores, ¿tendré trabajo el mes que viene?, ¿me darán el pasaporte?, ¿me darán un bofetón, un puntapié?, ¿una palmadita con lástima en el hombro?
A veces me da como vergüenza luego de apretar el botón que hace click en la casilla de publicar en este blog, releo y me sonrojo, siento un calor en la nuca y un salto en el estómago…, es el miedo otra vez, me digo, siempre el miedo a mostrarte vulnerable y vulnerado, fuera de tu rol de adulto masculino, responsable, ordenado, controlado; controlador de ti, controlador de otros, de la libertad de los otros, de esas decisiones que se nos ocurrió tomar desde que éramos niños y que algún adulto frenó, porque no era el momento, porque no estábamos preparados, porque existen las fronteras, y las aduanas, porque quien entra no sale, porque hay sólo una manera correcta de andar vestidos por la vida, porque hay cosas que no se deben comer ni probar jamás, ni olerlas, ni escucharlas, ni decirlas en este o en cualquier otro idioma.
Es tan triste ser mayor y descubrir que sigues con los mismos miedos, las mismas dudas, que las interrogantes no han cambiado, ni tampoco la falsedad de las respuestas que nos dieron.
Leo, leo y leo, busco en las redes de este ordenador, escucho a los demás, consulto a mis amigos, recibo y reenvío correos, paso horas de mi vida con otras personas, intento incluso ganar parte de mi sustento comunicándome con ellos y en muchas ocasiones tengo que sobreponerme a la incertidumbre de la in-comunicación, de la des-comunicación. ¿Nos entendemos realmente o fingimos jugar a las adivinanzas?

Mi correo electrónico está compuesto por dos palabras Málaga y Habana, de ahí salió ese malagabana que tantos conocen. Llevo una semana pensando si habrá que adaptarse a los nuevos tiempos y a partir de ahora cambiarlo a malagayabeque,
Resulta que el 8 de junio de este 2010 me levanto capitalino y “mayabequiano”, me enteré leyendo la noticia en la web, salió en los periódicos, me la mandaron por correo. Hay de todo, chistes, caricaturas, insultos, defensores y detractores. San José de las Lajas,el municipio en el que nacimos es ahora capital de la nueva provincia de Mayabeque. Hemos ganado en categoría con respecto a capitalidad, pero con lo de mi futuro gentilicio estoy hecho un lío. ¿Somos ahora los mayabequianos ausentes?, ¿o sera mayabequiense?, ¿o mayabequieño?... ¿mayabequiero?... ¿mayabequiés? Todavía no sé lo que soy.
Fuimos lajeros, habaneros, cubanos, antillanos, caribeños, centroamericanos, latinoamericanos, habitantes de la mitad occidental en el hemisferio norte del planeta, muy lejos, bien lejos de los australianos, los árabes o los chinos, en las antípodas.
Pero nada de eso me define, porque como dice Willy Chirino en su canción: “tengo el alma dividida entre Tito Puente y los Rolling Stones”. Me la he puesto varias veces en estos días. Muchos la conocen, se llama Yo soy un tipo típico, la recomiendo, resulta divertido oír la letra y escuchar cómo se las ingenió para contar esa historia de sus mestizajes mezclando músicas en apariencia irreconciliables.
No sé si esta nueva provincia será una nueva frontera, -división político-administrativa-
¿Significará esta separación una forma mejor de mantenernos juntos? ¿Separar para unir?

Hace dos años escribí una carta que nunca envié a sus destinatarias, porque luego de escrita me dio esa vergüenza que me calienta la nuca. Hoy, y a propósito del debate acerca de esa nueva provincia la copio, la pego, y la envío a quienes tenían que haberla recibido y a quien quiera leerla.
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Ann Sittig, María Gravina, Soleida Ríos. Escribo este texto en homenaje a vosotras, que sois para mí esa mezcla de amigas, hermanas, madres y amantes imposibles que me acompañan entre todas las mujeres memorables que marcarán el resto de mi existencia.

Vosotras seréis las primeras en entenderme cuando explique lo que me ocurre cada vez que me da el Malaghabana.

Me dio uno la primera vez que iba caminando sin saber, sin acabar de tomar una decisión y aceptar la idea de vivir en Málaga. Yo pensaba que la ciudad iba a gustarme, pero no estaba muy seguro de si yo le iba a gustar a ella, si me podría adoptar en caso de que yo necesitase ser adoptado de alguna forma, sabéis que eso es lo que le ocurre siempre a los hijos descarriados que se van de la casa de sus padres a probar y a ver qué es lo que pasa en el resto del mundo.

Ya me habían dado varios Habanadrids recién llegado a la capital de España. Y unos intensos y hermosos Valencihabanas y Habanalencias en plena albufera de Blasco Ibáñez, con una puesta de sol que pude fotografiar usando las mismas luces que Sorolla.

Son como ataques que me descolocan, como un alzheimer bonito. Cuando me da el Malagahabana este hoy es aquel futuro que imagino y aún no existe.

Es por esas pastillas que me manda la sicóloga para que esté tranquilo y sea feliz. No me las tomo. Hago tai chi y me aclaro la mente con libros. Escucho música y concibo cosas imposibles.

Esta mañana acaba de darme un auténtico Habanarcelona, con temblores en el espinazo, escalofríos, piel de gallina y palpitaciones en el pecho y el estómago. Lo escribo tal y como lo he sentido. Fue escuchando el disco de los cubanos cantándole a Serrat. Me lo han prestado para que lo copie. Y me revuelve el alma, me desubica, no sé lo que estoy escuchando, ni dónde, no sé si este disco lo oí de joven en mi casa de San José, o si esa versión de “Mediterráneo” lo cantó Serrat anoche en la televisión catalana, para celebrarle el nombramiento por votación popular de mejor canción española del siglo pasado. No sé si esa música es española o cubana, si esos textos son antiguos o actuales, si las melodías son tradicionales o postmodernas, no logro distinguir si lo que oigo es popular o culto, por una parte dan ganas de bailarlas, pero por otra, hay letras que fueron escritas por poetas importantes (de los que te obligan a estudiar en las escuelas) y por lo menos hay que escucharlas con atención para poder enterarnos qué nos dice, a qué le canta este Joan Manolito, que ha puesto a tantos artistas de mi isla a trabajar con él, para él. Y que por él han sacado todas su maestrías, todas sus galas auténticas, y a esa obra original de un catalán le salen unas hijas respetuosas; pero disparatadas y locas, melodiosas, dulces, cantos de trovadores sentidos y de guaracheras trágicas y chusmonas, un producto tan cubano que no sé dónde ni en qué tiempo lo estoy escuchando, porque lo oigo en pleno ataque de habanarcelona mientras esta habitación se inunda de ese disco y os escribo para explicaros esto, que yo sé que me comprendéis si os digo que este descubrimiento es una joya intemporal hija de la globalización y el mestizaje, esa música reúne mis añoranzas y mis expectativas; la desconozco y la reconozco, y me da por pensar que a veces sí pueden ocurrir cosas imposibles y mezclas inauditas en este hoy de pasaportes de tercera clase y barreras electrónicas y monetarias. Viva el talento, viva el talento, viva el talento, y el pan compartido, los sonidos libres y mezclados y volando, viva el mestizaje y la poesía sucia, suelta por los callejones, voceada por poetas incultos y negras gritonas y sudadas; vivan los relojes derretidos de Dalí con los acordes trastocados para que los cubanos reajusten los textos de Miguel Hernández, Benedetti, o Machado y puedan cantar y contar las letras a ritmo de guarachas. Esta música se nos colará por alguna grieta oscura para alumbrarnos y sacudirnos las alas y las neuronas. Esa música es en sí misma un hueco en el tiempo, un túnel por el que me deslizo mientras escucho, escribo y confío en que me entenderéis. Somos del Mediterráneo, y del Caribe: hijos de mares hembras, como vosotras: amigas, hermanas, madres y amantes imposibles que me acompañan entre todas las mujeres memorables que siempre marcarán el resto de mi existencia.

Lunes y 26 de mayo 2000 y 8
Oyendo “Cuba le canta a Serrat”

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