domingo, 16 de mayo de 2010

Del himno al réquiem.

Tengo veinte años y las manos me sudan; es que tengo un inspector-asesor visitando la clase que voy a impartir esa mañana. Me estreno como profesor en una escuela en el campo, en Isla de Pinos de la Juventud. Estoy tan nervioso y tan asustado que todo se me cae de las manos, el bolígrafo, el borrador.

El inspector me mira y sonríe paternal.

Tengo, también, una canción revoloteándome alrededor. Soy militante de la Unión de Jóvenes Comunistas, tengo, repito; veinte años y mi sueño profesional en mis manos; soy un profesor de la nueva escuela cubana. Esa canción es mi himno privado, la banda sonora de ese sueño y del de miles de muchachos y muchachas que se desgañitan cantándola. Caminábamos con ella, dentro de ella. Sentíamos que hablaba de nosotros, los protagonistas de esa nueva raza, los que cultivábamos los jardines y cuidábamos los semilleros.

La letra es de Silvio, claro está (otra vez Silvio, lo siento) pero la letra la escribió él y yo me la aprendí hasta los tuétanos. Tanto, que aún gira en mi memoria mientras escribo este post.

Ésta es la nueva escuela,
ésta es la nueva casa,
casa y escuela nueva
como cuna de nueva raza.

Éstos son sus jardines,
éstos, sus semilleros
hechos con adoquines
de vergüenza, piedra y lucero.

Éstos, que continuamos
bajo la sombra más que aguerrida
de aquella semilla,
vemos en estos muros
un preludio del futuro
que lo bueno de los años duros
salvaron de ayer.

Éstos, los que habitamos
los lugares alzados a golpes
de sangre y martillo,
más que vivir, juramos
por los sueños, por las manos
que por este edificio sin dueño
se hicieron doler, doler.

Ésta es la nueva escuela,
ésta es la nueva casa,
casa y escuela nueva
como cuna de nueva raza

Éstos son sus jardines,
éstos, sus semilleros
hechos con adoquines
de vergüenza, piedra y lucero.

Ayer, más de cuarenta años después del apogeo de esta canción (está fechada como escrita en 1970) leo en la prensa que uno de los emblemas de la educación cubana llega a su fin, o languidece en estado de pre-funeral, como tantas otras cosas en mi patria.
Yo soy ahora ese profesor veterano de pelo blanco que aparece en las fotos; y las escuelas en el campo cubanas son la historia de un (otro) fracaso. Algo de lo que no nos podremos liberar nunca. El que nos engañáramos tan alegre y descaradamente los unos a los otros, ¡dios mío! aquellos records de promociones en los resultados académicos del experimento cubano que combinaba el estudio con el trabajo agrícola, hizo volver los ojos del mundo hacia nuestras isla socialista. Durante más de cuatro décadas todos contribuimos a mejorar los primeros (y bastante buenos) resultados de los estudiantes. La palabra que circulaba como un susurro era inflar y cada uno de nosotros soplaba su poquito de aire, desde los simples maestros en la base, al jefe de cátedra, al subdirector, al director, al asesor municipal, al provincial, al ministerio, a la UNESCO, a la UNICEF, hasta la estratosfera. El aire. La nada.

Ese aire de la nada pesa y pesará sobre dos generaciones de cubanos en la demostrablemente mala y cada vez más pésima calidad del conocimiento y la información adquiridos; pesa en las consecuentes desventajas laborales y competitivas frente a personas de otros países que tuvieron la oportunidad de preparase mejor.

En nuestros expedientes y currículos los acrónimos ESBEC (Escuela Secundaria Básica en el Campo) e IPUEC (Instituto Preuniversitario en el Campo) quedarán como constancias antiguas, y hasta pintorescas por la falta de uso.

¿Y mi himno? La canción también quedó obsoleta. Supongo que en algún momento del futuro será sacada de los archivos y museos para ilustrar las imágenes que narran aquellas décadas y aquel proyecto mastodóntico.

Hoy, tras la noticia de ayer, la música que envuelve la despedida es un réquiem, no el famoso de Mozart, sino (y perdón de nuevo) también de Silvio

Disfruté tanto, tanto cada parte,
y gocé tanto, tanto cada todo,
que me duele algo menos cuando partes,
porque aquí te me quedas de algún modo.

Ojalá nunca sepas cuánto amaba
descubrirte los trillos de la entrega
y el secreto esplendor con que esperabas
un reclamo de amor que ya no llega.

Anda, corre a donde debas ir,
anda, que te espera el porvenir.
Vuela, que los cisnes están vivos,
mi canto está contigo, no tengo soledad.

Si uno fuera a llorar cuando termina,
no alcanzarán las lágrimas a tanto,
nuestras horas de amor, casi divinas,
es mejor despedirlas con un canto.

1 comentario:

  1. Ricardo, yo tenía 25 años, cuando empecé a trabajar en una ESBEC en Sancti Spíritus, era el año 1973 y en los cines se proyectaba el documental del ICAIC "La nueva escuela" cuya banda sonora era la canción que tan bien recuerdas. Yo también vibré con ella. Ahora a mis 61 años, me hace vibrar, con dolor, tu artículo que suscribo. Un abrazo desde Canarias.

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