sábado, 16 de octubre de 2010

Escrito en primera persona del plural.



Como han corrido tantos ríos de tinta, o de bytes, que es la tinta electrónica de los ordenadores…; hay tanta alegría con el Nóbel a Vargas Llosa, y se ha dicho tanto bueno y tan poco malo sobre el escritor en estos días; yo había pensado no comentar nada al respecto, da un poco de apuro luego de ver los despliegues periodísticos, las oleadas de blogs, los especiales en casi todos los canales de televisión de casi todos los países. Uno se pregunta a estas alturas qué puede aportar al coro de loas.

Pero ocurre que mi amigo Ospina me sugiere que escriba algo al respecto. Y ahí va: Me alegro, me alegro y me alegro.
Es como si nos lo hubieran dado a alguno de nosotros. Es raro decirlo, pero es así; y sobre todo, ese -mealegro- mealegro- y –mealegro- no es hipócrita. Lo sé porque es una frase que me calienta el corazón; la siento primero en el pecho antes que en la boca.

En los últimos años ha faltado ese hervor popular al recibirse la noticia del premio, al menos en lo que respecta a Literatura, a los premiados en años recientes (que deben ser buenísimos, no lo dudo) les ha faltado esa especie de ola humana de gritería y brazos en alto, como las que se hacen en los estadios olímpicos. A Vargas Llosa le hemos hecho la ola.

Ya nos había ocurrido en 1982 cuando nos dieron el Nóbel de Literatura por la obra de García Márquez, quien dejaba constancia de cuánto y cómo sus escritos nos cambiaron las vidas y nos mostraban ante el resto del planeta como habitantes de unas tierras de alucinados reales. Aquella literatura era así porque nosotros, la materia prima de sus historias y personajes éramos así de mágicos, de obsesivos y violentos. El discurso de aceptación del premio fue titulado “La soledad de América Latina”, recuerdo que lo recorté de una revista y lo guardé para releerlo varias veces en el transcurso de los años. Es una pieza de oratoria digna de estudio. Todos nos pusimos de fiesta como ahora con el señor maestro Vargas Llosa.

El 31 de julio, antes de la llegada del Nóbel, yo escribía en este blog, en el post Staycation, que me estaba haciendo un (auto)curso de literatura hispanoamericana con Vargas Llosa. Son tonterías de frases que pongo para divertirme, pero que contienen un trasfondo de verdad; quien quiera saber de buena literatura tiene que leer lo que ese hombre ha escrito.

Le comentaba a mi amigo Ospina que yo quería desentrañar el misterio, el por qué La guerra del fin del mundo tuvo el poder de agarrarme por el cuello, como si una mano hubiera salido de entre las páginas, y me arrastrara literalmente hasta el final. Y quería saber por qué yo me dejaba conducir como un curioso ávido y deslumbrado, sin ofrecer resistencia, sino todo lo contrario.

Me había encontrado en la web, un estudio de una señora universitaria latinoamericana, seguro que catedrática en algo que ahora mismo no recuerdo. Pues bien, esa señora había tenido el tiempo, la paciencia, la inteligencia y el entusiasmo suficientes para desmontar la novela en secciones y piezas, que es algo así como quitarle la tapa trasera al reloj o a la tele, y ver los cables, las conecciones, los circuitos y dispositivos de la trama, del lugar y de esas criaturas extra ordinarias que pueblan y mueven la historia. Leyendo el índice del ensayo me di cuenta de que la señora se lo había currado muchísimo buscando las mismas respuestas que yo y otros millones de lectores. Me propuse una lectura en paralelo del trabajo de la catedrática y la novela.
Así que a mediados del verano iba ya por la mitad de la segunda lectura del libro, y a esas alturas del conflicto mi capacidad técnico-analítica estaba, otra vez, anulada por las escenas en technicolor y en pantalla panorámica que uno imagina leyendo esa obra. Dejé a un lado el trabajo de la catedrática porque ya no quería que me explicara nada más. No podía seguir eligiendo entre una lectura razonada y una lectura sentida, y, obedeciendo a mi naturaleza opté por la segunda, y me dejé arrastrar otra vez hasta el "Yo los vi", final. Uno ve y además oye, escucha disparos, y gritos y rezos, y silencios opresivos ante el altruismo o la insensatez tan humana de esos personajes que se sintieron tocados por Dios cuando “les rozó un ángel.”

Ospina y yo nos hicimos amigos porque nuestros perros se hicieron amigos primero. Y Vargas Llosa y sus libros han sido uno de los pilares de nuestra amistad. Imaginen lo que pueda significar para un escritor, que el contenido de cualquiera de sus obras sea el tema de una charla de sobremesa, o de un paseo tranquilo por la tarde. Siempre que tocamos el tema, Ospina y yo terminamos ratificando nuestra admiración ante este hombre que tiene la rara virtud de escribir libros trepidantes que a veces parecen novelas de aventuras, y sobre todo que parecen logrados colocando las palabras precisas en los renglones adecuados. Así de sencillo.
Esas conversaciones han sido también homenajes anónimos, bastante alejados de los congresos de expertos o los foros universitarios; pero igual de válidos y auténticos; como estas líneas.

3 comentarios:

  1. ¡Vaya compadre ,me has emocionado!Ya pensaba yo, que la literatura oficial pasaría por alto el clamor univarsal de los buenos lectores.Los que leemos y nos preciamos de hacerlo , siempre echaríamos de menos un reconocimiento tan justo y peligroso al ilustre hijo de Arequipa. Con Cortázar, Borges, Benedeti y Sabato, teníamos suficientes e injustos olvidados desde Estocolmo. Pero veo que no, y como tu digo también, ¡me alegro, me alegro y me alegro!.Gracias por tu amistad y espero que siempre haya un perro por ahi,para acercar a la gente afin, y un buen libro (autor)para enlazarlos. Prometo que escribiré una nota , cuando el Nobel caiga de nuevo en las letras hispánicas.Porque no? A mi se me ocurre el nombre de mi paisano Alvaro Mutis. Un abrazo compadre.

    ResponderEliminar
  2. Hola Ricardo. A mí me ha ocurrido lo mismo. En cuanto me enteré del Nobel dije: ME ALEGRO Y YA ERA HORA HOMBRE. Creo que todos los que calzamos ya más de 50 añitos, y no tenemos la mente cerrada, hemos leído y releído a Vargas Llosa. Me alegra mucho también que sea un escritor vivo y en plenitud de facultades para que pueda disfrutarlo, como debe ser. Y que no pare de escribir, claro. Un abrazo. Tu amiga T.

    ResponderEliminar