sábado, 17 de septiembre de 2011

Mientras escucho “Korana”







Se llama boicot mental y lo practico, pero es como una quijotada, una quimera imposible de alcanzar. Mi mente boicotea los titulares de las noticias que sé no lo son.  Boicot mental es borrar a esa persona odiada o que desdeñamos, desaparecerla de nuestras mentes, es saltarnos directamente el canal de televisión donde unas señoras (previo pago) discuten ante las cámaras su privacidad a gritos y reproches; es olvidar que el estúpido de tu vecino vive a dos puertas de la tuya; es ignorar voluntariamente que esta tarde misma el trending topic, el hastag que calienta las redes habla de la criatura mediática más odiada de España.
Precisamente lo que “ella” –no escribiré su nombre-  quería, quiere: llamar nuestra atención para que nosotros, carneros interactivos,  semianalfabetos funcionales, miremos, criticones, despreciativos, pero miremos, de espaldas a la máquina que mide la electricidad que pagamos en cada giro que da esa ruedecita de los watts por minuto, de frente a la pantalla que no diluye el rostro de  la odiada nacional de turno, porque las audiencias suben, y los cifras del cheque que cobrará a fin de mes también, y nosotros los desocupaditos, los aburridos y decepcionados de las vidas ajenas nos entretenemos contribuimos divertidos y la alimentamos con nuestro menosprecio.
Mientras, la información, lo que de verdad debería ser noticia, se escurre y se escamotea en los telediarios, oficialistas o comerciales, da igual.
Hace un par de años unas, otras, mujeres ignoradas y anónimas Elizabeth Blackburn y Carol Greider (¿las conoceis?) fueron sacadas por un momento de sus laboratorios para que se llegaran hasta Estocolmo a recoger su premio nobel de medicina ¿alguien lo supo, alguien lo recuerda?, pero eso no es importante ni es noticia, aunque quizás esas ignoradas por los ignorantes descubrieron algo que un día  salvará la vida de alguno de nosotros, borregos obtusos, cansados, criticones, que llegamos reventados de noche al sofá frente a la tele para enterarnos de las nuevas razones que las muy-más odiadas de aquí nos da para que sigamos queriéndolas con ese desprecio feroz  de quien se siente superior humana e intelectualmente en este lado del sofá.
Se llama boicot mental y yo lo practico en secreto para no enfermarme más del virus de la información basura y contaminada. Aprendí a practicarlo; muchos en mi país de origen lo aprendimos desde jóvenes ante los titulares mentirosos y triunfalistas de los periódicos cubanos, y me sigue sirviendo de entrenamiento para desencandilar  mis neuronas cegadas por los juegos de luces y sombras, espejos y brillos usados para desviar la atención de las protestas universitarias en las calles de cualquier capital europea o latinoamericana, esta tarde misma, o que pretenden quitarle importancia a la próxima estocada que los bancos de aquí o los militares de allá, ordenarán sobre nuestros derechos y libertades.
Es una lucha tan inútil como la de recuperar y reforestar el Amazonas, lo sé. Llamo al boicot mental entre mis amigos y familiares, y algunos, también lo sé, me miran como si estuviera pre siquiátrico, pre senil, anti corriente, anti modernidad… Coinciden conmigo en los niveles de desprecio, pero conceden esos minutos de atención que una "ella cualquiera" reclama hablando de sí misma en tercera persona. Corro a refugiarme en el rincón de los incomprendidos y los ignorantes voluntarios.
¿Elitismo marginal? Me la suda, me la refanfinfla.
 Saco de mis oídos los gritos desaforados de las tertulianas y colaboradoras de realities que tanto fascinan a mi vecina, me limpio del almíbar baboso de los cantorcitos adolescentes (norteamericanos por supuesto); escapo de esa mano que me sujeta y me obliga a volver el rostro hacia algo, o alguien, que no quiero mirar; de quien no quiero saber. Y me voy a buscar a otros que a lo mejor sí tienen un trabajo currado y digno de admirar, pero que nunca aparecerán en las grandes cadenas, ni en los primetimes.
Este blog en sus casi dos años de existencia ha mostrado a veces alguna de esas piedras raras del talento que se mueve y florece fuera, y al margen de los circuitos.
Mientras las divas del pop-rock de toda la vida anuncian perfumes, shampos, y coches de alta gama, y los ídolos de las quinceañeras pobres muestran cómo moverse y vestirse, yo busco (y en ocasiones encuentro) lo que los nuevos jóvenes genios están haciendo con su herencia musical en la India, en los países árabes, en Grecia, Brasil, La Habana o los Balkanes. Ellos también han descubierto la tecnología y las posibilidades que las máquinas les dan para que su antigua música de siempre se renueve y suene como si fuera a nacer mañana.
 Os dejo con uno de mis últimos descubrimientos. Quien dirige todo Se llama Sanja Ilic, es de Belgrado, es compositor e investigador de la música tradicional de esa zona. La cantante es una bastante desconocida Natasha Jelic,  su voz es un instrumento más dentro de esa orquesta que se hace llamar “Balkánika” La pieza es el título de este post, Korana, el nombre de un río que también existe pero que no tiene tanto glamur como el Támesis o el Sena. A lo mejor a alguien, (a algún marginal indignado como yo), le gustará lo que va a ver y escuchar en este video. Si no siempre quedarán Telecinco y sus alrededores.


1 comentario:

  1. Hoy, de lunes.... me quedo con la fotografía de korana con la que presentas tu crítica, la que comparto.

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