lunes, 1 de marzo de 2010

De bozales y pistolas

Va esta entrada de hoy.


El bozal.
Nos ha costado sólo 2 euros. Más otros 150 en factura de veterinario. El bozal es para La Rubia, la perra de mi hijo que vino con él cuando mi hijo se mudó para esta casa.
Sabía que en algún momento iba a escribir sobre ella en este blog. Se ha incorporado a la vida aquí, y a mis paseos con Simbad. Por las mañanas voy por la acera con dos remolcadores. Hacemos unos paseos chulísimos, por todo el puerto hasta la Malagueta. Ver correr una podenca egipcia por la arena de una playa es ver la alegría y la elegancia sobre cuatro patas. Y La Rubia (que en realidad es morena, canela clara) parece una perra de diseño art noveau. Y tiene los ojos verdes.
Y es una petarda de cuidado con alma de vagabunda y cara de muerta de hambre. Es flaca y elástica, parece que va montada en cuatro varillas olfateando el mínimo rastro de comida, mendruguitos, trozos de bocadillos, caramelos, lo que pille. Cualquiera pensaría que la maltratamos y olvidamos darle de comer. Come como un hombre, como su dueño. Come la misma cantidad y más que Simbad, que es un perro de 40 kilos. Ella pesa 17.
En la playa vi que también le gustan las plumas de gaviota. Tenía que vigilarla y regañarla, le ha robado carnadas un par de veces a los pescadores de orilla. ¿Ustedes han visto esos segundos antes de cuando sueltan a los galgos en los canódromos? Son puro nervio, temblores y tensión. La Rubia ve la playa y se vuelve loca. Hay que soltarla. Tiene sólo dos años y muchos días continuos de lluvia y frío almacenada en casa. Le quito la cadena. Sale a toda pastilla volando bajito como si flotara a ras de la arena. Si es verdad que alcanzan los 40 kilómetros por hora no me extraña que en diez segundos se ponga a casa del carajo de distancia de mí. Corre, corre y se revuelca, salta por encima de cualquier obstáculo, baja hasta el agua y corre por el borde y a cada rato se para a inspeccionar para ver si hay algo de comer por los alrededores.
La llamo y viene. Tosiendo. Y con un hilo de pescar colgándole de la comisura de la boca. Se ha tragado un anzuelo. Saco el teléfono móvil y llamo a Gonzalo para que avise a Randy. Nos espera una noche movidita.
El anzuelo está ahora en un bote de plástico. 150 euros en estos tiempos, por un anzuelo…bien podríamos enchaparlo en oro. Y encima respiramos aliviados y felices de que a La Rubia no hubo necesidad de abrirla en canal para sacárselo como amenazaban las radiografías, el anzuelo atascado cerca del esófago. Y no hubo que hacer una operación nocturna con tarifa de emergencia. Aunque de todos modos tuvieron que anestesiarla para poder ponerle unos dilatadores en la boca y la tráquea con una lucecita y utilizar unas pinzas largas. En fin, que dos días después la flaca estaba como siempre, estupenda y hambrienta.
Junto con el saco de pienso de 20 kilos llegaron los bozales.
Y mis remordimientos, que descargo en este blog. Yo defensor de todas las libertades, incluidas las de palabra y movimiento, pongo bozales a mis perros para defenderlos del mal, creo.


La pistola
Es de plástico, de fabricación china; de juguete. Es como intergaláctica, podría usarse en alguna película de Terminator o Robocop.
La tengo desde hace tiempo. Estaba destinada a algún niño de la escuela de educación especial Celia Sánchez, en San José, mi pueblo de Cuba. Desde hace años, cada vez que he podido he sido una especie de padrino ocasional de ese centro para niños especiales que tienen dificultades visuales o auditivas. Es una actividad de carácter privado y hasta ahora bastante anónima que he hecho, hago y seguiré haciendo, gobierne quien gobierne, porque en mi país se me conoció como escritor y guionista de obras para niños, porque la carrera que estudié para la profesión que ejerzo fue licenciatura en pedagogía y porque nací en San José y quienes trabajan en esas escuelitas enseñaron y enseñan a leer y a escribir a nuestros hijos. Y esos niños además tienen dificultades añadidas a las de vivir en Cuba.
Conozco por experiencia la agonía y el agobio de trabajar con poco o sin ningún material escolar. En nuestros viajes a Cuba intentamos llevar al menos bolígrafos, gomas de borrar, cuadernos, y algún juguete a ser posible. He tenido bolsas y cajas con lápices y cosas para mandar a esa escuelita dando vueltas en mis mudanzas y cambios de casas. A veces he conseguido que alguien lleve algo. El material que reúno proviene de regalos y donaciones.
Y esa pistola lleva tiempo de cajón en cajón, porque nunca me he decidido a enviarla. ¿Para que acabe en las manos de quién, de cuál niño? ¿Qué hago con ella, se la doy al hijo de algún amigo, al morito de la tienda de la esquina, la dejo como un merengue a la puerta de un colegio y me voy corriendo?
Este fin de semana estoy de limpieza general, cambios y acomodos en mi habitación. Al abrir una caja ahí estaba otra vez la pistolita en su estuche de celofán sin estrenar.
Esta noche he tomado una decisión. Escribir esta nota, y tirar el juguete al contenedor de plásticos. A ver si lo reciclan en otra cosa, en una maceta, una cuchara, alguna pieza para fabricar un telescopio…

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