sábado, 27 de febrero de 2010

Bimbó para la Virgen

Los que saldrán en las procesiones de Semana Santa ya ensayan en distintos sitios de Málaga. Vengo andando hacia casa, hemos dado un paseo largo. En un espacio de aparcamientos frente al estadio de La Rosaleda una banda ensaya. Me siento un rato a descansar, y a escuchar la música. Ensayan lejos, al otro lado del río, yo estoy sentado en un muro y apenas distingo a los músicos; pero la música me llega nítida, como a través de audífonos. No sé si lo imagino o es verdad que la ciudad hace más silencios cuando esa música suena en algunos barrios. La gente calla para escuchar.

Lo que escucho es de un dramatismo arrollador, música a veces sombría, luctuosa, ritmada por tambores militares que marcan la velocidad del paso, como latidos. Las trompetas lloran, se lamentan, alaban en voz alta, se me clavan en el pecho que me pesa, la música me corta la respiración, me la paraliza para que oiga y escuche y sienta esa pena tan honda que provoca la belleza. Es música para devotos. Es una pena que yo lo sea tan poco.
Y es una pena que no pueda desligarla de la virgen y oírla sin pre-juicios, ni pre-visiones, ni pre-imaginaciones.
Es que para mí y creo que para muchos, cada música tiene su video clip particular, su imagen-tipo asociada y no hay quien nos quite de las cabezas las pelucas blancas cuando oímos a Mozart, o las castañuelas de los dedos cuando escuchamos la Carmen de Bizet.
Dejo a los de la banda con su ensayo y sigo mi camino rumbo a casa. Y una melodía que a lo mejor alguna vez fue familiar empieza a filtrarse por las rendijas de mi memoria, un violín solo al que se les van uniendo otros instrumentos de cuerda. Me suena a música francesa de los años 60, a esos instrumentales dulces y apasionados que salen de bocinas ocultas en hoteles de lujo y clínicas de adelgazamiento. Lo que voy tarareando es una balada, va a ritmo de balada lenta, de las que se bailan muy juntos, con trajes largos y elegantes. Casi llegando a casa, lo que tarareo es ya de un lirismo conmovedor, la melodía ya va por la parte en que: “ella corre por la playa a arrojarse en los brazos de él que también avanza para estrecharla”, los violines gimen enamorados; de película con final de lagrimas rodando y nudo en las garganta. Y en ese momento es que descubro de donde me resulta familiar mi tarareo. Rebobino la orquestación a otra velocidad y la memoria me devuelve el original de 1974 El Bimbó de Georgie Dann.
Si es que no tengo remedio.

1 comentario:

  1. Hola Ricardo: me encanta tu artículo, por lo que me resuena en mi conexión con la música. Siempre he amado la música, de hecho mis vecinos me llaman "la vecina de la música". Pero, desde que murió Raquel no puedo escucharla porque me pongo tan triste que me dan ganas de saltar por la ventana. Si sabes algún método para superar esto, te agradecería me lo cuentes, porque echo de menos mucho mi música. Un abrazo. Teresa.

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