viernes, 5 de febrero de 2010

La fiesta bajo el árbol... (continúo)

Este fragmento fue la clave de lo que encontré mientas leía por primera vez La Consagración de la Primavera aquella lejana tarde de calor:

Y pensaba que el guajiro cubano, al llamar “madre de todos los árboles” a la ceiba debía acaso a su ancestral sabiduría la noción de que con ello identificaba a la Mujer y el Árbol, alcanzando la esencia primordial de todas las religiones, donde Tierra y Madre —con cifras de tronco y retoño— son la ecuación significante de toda proliferación. Hay un mito del Árbol de la Vida, Árbol-centro-del-mundo, Árbol-del-Saber, Árbol-del-Ascenso, Árbol-Solar, según las viejas cosmogonías caribes. Y es aquí y no fuera —advierto yo— donde la tierra tiene un vocabulario que en alientos me llega, donde el agua de una cañada cercana acaba de devolverme una identidad olvidada, donde los espartos que estrujo entre los dedos me cuentan mi infancia; es aquí donde tengo, por primera vez, la impresión de formar parte de algo, de algo que vengo buscando desde hace años. Y me doy cuenta de que necesité de un largo periplo, de una suerte de viaje iniciaco colmado de pruebas y de riesgos, para hallar la más sencilla verdad de lo universal, lo propio, lo mío y lo de todos —entendiéndome a mí mismo— al pie de una ceiba solitaria que antes de mi nacimiento estaba y está siempre, en un lugar más bien árido y despoblado, entre los Cuatro Caminos —¿premonición?— y las canteras de Camoa, a la izquierda, subiendo por el antiguo camino de Güines, Árbol-de-la-Necesidad-Interna. Tellus Mater, que empieza verdaderamente a hablarme aquí, fuera del Camino de Santiago, del Camino de Roma, del Camino de Lutecia, cerca de un estanque de aguas dormidas donde, al atardecer, el grito lúgubre de algún pavo real se mezcla con el pululante croar de las ranas-toros subidas, para afinar su coral nocturno, en anchas hojas flotantes. Hay aquí un Árbol-centro- del- Mundo, que abre para mí la boca de sus cortezas, a la izquierda del camino de Güines, donde me parece que empiezo a dar con la razón de ser de mí mismo.

Mi padre, que por aquel entonces era uno de los hombres más cultos que tenía cerca, me aclaró el misterio cuando le comenté que Carpentier describía la zona donde nacimos con una familiaridad…, como si la conociera… Y es que la conocía, mi padre me dijo que el niño Alejo Carpentier se crió y creció en una finca entre los caseríos de Cuatro Caminos y Loma de Tierra.

Años después la propia Lilia Esteban de Carpentier, nos contaría (a mi compadre Norberto y a mi) más detalles y anécdotas que despejarían incógnitas autobiográficas acerca de ese personaje, que en la novela volvía como sobreviviente de la guerra civil española a sentarse bajo una ceiba, para recobrar identidades olvidadas mientras escuchaba el rumor del agua en una cañada cercana y estrujaba espartos que le contaban su infancia.

Ese personaje quería,(y repito el fragmento que he leído miles de veces):
…hallar la más sencilla verdad de lo universal, lo propio, lo mío y lo de todos —entendiéndome a mí mismo— al pie de una ceiba solitaria que era un Árbol-centro-del-Mundo (…) donde me parece que empiezo a dar con la razón de ser de mí mismo…

Luego los giros de mi vida harían que lo entendiera en carne propia, me refiero a eso de que a veces hay que irse lejos, bien lejos, para darte cuenta de que formas –o no- parte de algo. Vine a parar a esta España en paz; pero ya ése es otro tema que me aparta del asunto de los monumentos inútiles; y yo quiero seguir contando que el descubrimiento de aquellas páginas me llevó a coger mi bicicleta para irme rumbo a las canteras de Camoa e intentar ubicar la ceiba que Don Alejo describía con tanta precisión.

Siempre me ha quedado la duda de si la que hallé era la correcta. Resulta que hay varias en esa zona. Pero la escogida responde en mucho a la descripción original y mi corazón y yo la situamos desde entonces y para siempre como un Árbol-centro-del-Mundo personal y particular, que luego resultó ser el de muchos y para muchos cada 26 de diciembre, día del nacimiento del escritor y época propicia para celebraciones, por caer la fecha en la última semana de cada año. De verdad que nunca, ni remotamente me propuse inventar una tradición que luego ha sido catalogada hasta como antiimperialista. Todo eso vino después, junto con los homenajes, los monumentos, las palabras de bienvenida, las reseñas en la prensa y la consabida niña pionera histérica que lee un comunicado de apertura (siempre escrito por un adulto) en el que los niños juran convertirse en baluartes para combatir las hegemónicas cruzadas del imperialismo (¡!!!¡¡¡)

La idea original había sido algo más sencillo y espontáneo: una fiesta bajo el árbol escogido. Eso, reunirnos los amigos a homenajear a nuestro paisano, celebrar y celebrarnos y que cada cual trajera lo que podía o lo que tenía: un par de machetes para chapear y acondicionar el terreno alrededor de la ceiba, una lona de camión para sentarnos sobre ella, guitarras, libros de poesía, relatos para leerlos en voz alta, lápices y pedazos de cartulinas para hacernos caricaturas, tambores, panes, croquetas, botellas de ron, risas…
Sin planes de trabajo, objetivos a medir, ni fechas de cumplimiento… Por eso se sumaron tantos libre y voluntariamente. Fue una locura bonita, un ataque de embullo colectivo que comenzaba siempre con la simple lectura del fragmento de la novela en el que Carpentier hace referencia a nuestra ceiba y terminaba con todos bailando en círculo, con un dame la mano y danzaremos, felices, reconfortados, unidos.

En el verano de 1993 me fui de Cuba casi (que) para siempre y pese a todas mis advertencias en contra, la fiesta comenzó a recibir apoyos oficiales y entró, para bien y para mal, en los planes anuales del ministerio de cultura, de las universidades, las fundaciones, las asociaciones de escritores y hasta en los de empresas de contratación artística. Fue inevitable. Por una parte alegraba, y por otra me asustó.

Hasta que alguien posteriormente propuso erigir el consabido monumento conmemorativo bajo el árbol. Monumento oficial; ¿a que te pone los pelos de punta? Pero yo ya no podía hacer nada para evitarlo. Aquello se me había ido de las manos y estaba ya en las de muchos otros con alto poder de decisión. Y finalmente no me pareció tan mal cuando supe que el monumento iba a consistir en una sencilla placa de bronce colocada cerca del árbol sobre un pedestal de cemento, a un metro y poco de altura del suelo. En la placa pueden leerse algunas líneas que relacionan al escritor con la ceiba y su famoso libro. Y ya, se hizo, se colocó y se inauguró oficialmente en presencia de la viuda de Alejo.
Yo estaba lejos cuando todo eso ocurrió. Así que en el primero de mis varios viajes de visita a Cuba (todavía sigo siendo un visitante); mi hijo me llevó hasta la ceiba para que viera el resultado del monumento conmemorativo.

Continúa…





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