jueves, 3 de junio de 2010

¿A dónde vas con esa ropa rota?



Me ha costado trabajo, pero al fin he podido comprarme el pantalón que andaba buscando. Muchos de mis amigos me entenderán cuando les cuente que he pasado tres tardes seguidas y hasta por diez tiendas diferentes y nada; yo quería un vaquero “normalito”, pero todo lo que me ofrecían parecía sacado de los almacenes bombardeados tras la Segunda Guerra Mundial.

Os cuento una anécdota:
Cuando vivía en Madrid, y gracias a unos amigos, una empresa me contrataba algunos fines de semana para trabajar en desfiles de moda.
Noooo, yo no desfilaba por la pasarela. Me pagaban por estar entre bambalinas, o dicho con onda: en el backstage; mi misión era ayudar a vestir a los y las modelos… Uno de los trabajos más pintorescos de los muchos que he realizado. Hay que hacerlo a contra reloj, con precisión militar, y el/la modelo tiene que salir impecable y radiante. Y sobre todo con las piezas de ropa sin confundir, porque los dueños de las firmas están entre el público, observando y comprobando que sus productos están siendo correctamente exhibidos, y ay de los pobres vestidores si nos equivocamos de marca, o sacamos la ropa de una firma cuando por los altavoces se anuncia otra.

Muchos de los desfiles en los que trabajaba se realizaban en ferias y congresos del mercado de la moda, los modelos son los encargados de sacar los avances para las temporadas venideras. El público lo componían periodistas, profesionales del diseño, distribuidores, exportadores, ya sabéis, todo lo que vale, brilla y vende en ese gremio. Así que nada de errores. Teníamos que ser extremadamente cuidadosos de no ensuciar o estrujar esas joyas del arte textil.

Mi hijo también echaba una mano de vez en cuando para ganarse unos euros extras. Vestíamos a los chicos. Había llegado a coger tanta pericia en la tarea que era capaz de completar a un modelo con traje de novio en menos de dos minutos, calcetines, pantalones, camisa con gemelos, corbata con pasador, chaqueta, zapatos relucientes… Y aún le sobraba un minuto para ayudarme.

De esto hace ya una década. Y bueno, voy con la anécdota: Un viernes estamos en el backstage, junto a las perchas con la ropa numerada; vamos a trabajar todo el fin de semana en un centro de congresos en Madrid. Acaban de presentarme al joven figurín, casi un niño, al que tengo que ayudar en los varios cambios que hará durante el desfile. El chico revisa el orden en que tiene que sacar cada prenda. Yo miro un pantalón vaquero que lucirá en esa escena de las luces, la música y el glamour, y le digo muy serio: "tú me vas a perdonar, pero el vaquero que te tienes que poner está un poquito roto, tiene varios huecos y desgarrones y unos hilos colgando, aparte de otros como descosidos, está un poco pisoteado por los bajos, por detrás, en la parte de los tacones de los zapatos, además está estrujado, desteñido, y de color así, entre amarillento y gris, como de churre o mugre".
El chico me mira con una mezcla de lástima o asombro; y también como asustado ante este indio putumayo que le ha tocado como colaborador, y me responde con voz fría, de experto aleccionador: "señor, es que ese pantalón es así…"

Por suerte, al chico le llevó menos de tres días darse cuenta de que me estaba quedando con él, porque a partir de ese momento cada vez que lo tocaba pasear aquel asco de vaquerito por la pasarela, unos minutos antes yo le recitaba la misma cantaleta de advertencia y ya hasta me sonreía paciente. Pero todavía hoy sospecho que nunca entendió mis intenciones humorísticas.
Aunque lo verdaderamente asombroso no lo he contado todavía: la verdadera sorpresa del pantalón la llevaba dentro, en el precio de la etiqueta; aquel trapo costaba una fortuna.

Yo me ponía las gafas, miraba bien de cerca la cifra en euros en la etiqueta, y me quedaba como mi pobre abuelita Rosa, que se murió sin llegar a entender la anorexia, por más que yo se lo expliqué, abuela la confundía con la anemia, que de eso ella sí sabía mucho. Nunca entendio cómo en España, famosa por su mucha y su buena comida, los jóvenes se mueren de trastornos alimentarios. "Eso es porque nunca han pasado hambre", decía ella razonando.

Y claro, ni mi abuela ni yo llegaríamos jamás a entender, y menos a aceptar esa tendencia moderna de lucir pálidos, famélicos y con ese look de pobretico-rotoso de mentiritas. Esa belleza que el mercado ofrece es belleza de la fea, estilizada, claro está. Esas divas y divos del glamour que marchan como dioses por una pista de madera enmoquetada a metro y medio del suelo nunca en su vida han tenido ropa fea y vieja y sucia de verdad, mugrienta y apestosa a sudor por la falta de jabón para lavarla, no coleccionaron trapitos gastaditos por el uso excesivo e irremediable, de prenda única, modelo único, porque no había otro, no distinguen las telas desteñidas por falta de tinte, estrujadas por falta de plancha, o de electricidad para plancharla, descosida por falta de hilos y agujas. No han tenido jamás que lucir diseños horrendos, toscos, tristes, repetidos en miles y miles de copias de producción industrial; nunca sustituyeron ojales o ajustaron solapas agarradas con alfileres, no por punkies, sino por la simple falta de botones. Es la paradoja (¿paranoia?) de la abundancia.
No hace falta realzar lo lindo en esta vida. Lo normal es ir perdiendo la belleza, envejecer, despojarnos de cualquier atributo de esplendor. Los chicos y muchas chicas de esta época se apresuran a ello, y ya no quieren ser guapos. Huyen de esa perfección de los diseños y los colores combinados en las ropitas que les ponen desde que son bebés. Parece que aquí la bonitura les persigue desde que nacen y les ponemos esos pañales de papel, absorbentes y funcionales. Son bonitos los pañales, y ni qué decir de los niños que aparecen con ellos en los anuncios de cualquier publicidad.

Pero los herederitos en cuanto pueden independizarse del dogma textil paterno, se compran ropas oscuras, camisetas negras con calaveras piratas, pantalones holgados hasta en tres tallas mayores; se cuelgan cadenas niqueladas y fuertes, se mapean tatuajes explícitos, y se rapan el pelo o se lo dejan largo en mechones locos, verdes, magentas y naranjas. Acaban haciéndose sufrir en nombre de ésa su belleza otra, perforada y atravesada de anillas, argollas y piercings con espinas de acero quirúrgico en cualquier parte que moleste, resalte y asombre. Es lo que hay, lo que ves. Contracultura, creo que le llaman los sesudos para dar alguna explicación coherente a tanto gilipolla que anda suelto por ahí. Ocurre que yo nunca he tenido tiempo, ni ganas, para leerme a fondo esas tesis que los expertos desarrollan en conferencias larguísimas sobre la sociología y la historia en el arte del vestir para justificar lo que ellos llaman tendencias, y sigo con la misma mentalidad de cualquier niño haitiano, o saharaui, que espera la llegada mensual de un camión de las Naciones Unidas con kits de comida deshidratada para refujiados, o miran al cielo a ver si los helicópteros lanzan bolsas con la ayuda humanitaria que se recolecta de entre las sobras y los excesos del primer mundo. Mis ojos son, siguen siendo, los de cualquier guajirito cubano que camina contento y cuidadoso el día en que alguna vez, alguna primera vez, estrena una gorra que alguien compró para él,  o una simple camiseta nuevecita, unos zapatos relucientes, un pantalón sin los bolsillos rotos.

5 comentarios:

  1. lmao. solo me puse a ver la pompi de la ultima foto....
    mmmmm ..

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  2. le voy a comprar unos jeans a mi muñeca asi...
    mmmm

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  3. Parece que nadie ha leído el texto. Es increíble como a pesar de la intención del autor las únicas respustas que se han registrado legitiman lo que éste último quiere criticar. Estoy totalmente de acuerdo: el consumismo se convierte en una plaga cuando no se ha tenido ningún tipo de necesidad. Esta semana he gastado excesivamente en ropa, no puedo evitar sentirme culpable.

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  4. se ven mejor pero no tan rotos

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  5. todos vosotros, lo que sólo os fijais en el culo de esa chavala, estais fomentando justamente, lo que el gran autor de este blog pretende parara,. Vegüenza os tendría que dar comportaos así, como autenticos animales en celo, pero claro sois hombres, que se va a esperar.
    Estoy totalmente de acuerdo con el autor. Y aver si leemos un poquitos más, nos informamos. Un poquito de cultura y saber, nunca está de más. Así va el país...

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