lunes, 6 de septiembre de 2010

Humildad y conocimiento.





Sabiduría, el saber. Insisto en ello. Seguir estudiando como quien aún no ha terminado el instituto, seguir aprendiendo como a quien le queda aún mucho por descubrir. Tres vidas más no alcanzarían.

Mañana tengo que empezar una clase nueva con un alumno nuevo. No nos conocemos y tengo, como siempre, esa aprensión que me desasosiega.

Pero ya soy perro viejo en estas lides, y voy desarmado. Llevo un maletín, una memoria flash para conectarla a un ordenador; y un área de mi cerebro entrenada para expresarme en otra lengua. Y no hay más ná; salvo las dos palabras que le dan título a este post.

Otra vez a vencer y pasar el casting de los prejuicios. Vencer, en este caso significa con-vencer al cliente-alumno para que se quede contigo; conmigo en este caso. Es el juego para los que traficamos y mercadeamos con la información. Ya no somos maestros a la vieja usanza.

Los profesores de idiomas, querido amigo, somos vendedores de palabras, de estructuras gramaticales y frases hechas para situaciones concretas, a tantos dólares o euros la hora. Ayudamos a traducir documentos, a confeccionar curriculums bilingües o preparamos ejecutivos para reuniones de empresas, o a candidatos para entrevistas de trabajo en el extranjero. A veces cobramos lo mismo o menos que las señoras que limpian a domicilio. En esta sociedad de ignorantes divertidos, la hora con un sicólogo vale tres veces más que una hora con un maestro privado, y una con un fontanero se quintuplica en dependencia del lugar y la gravedad de los atascos de mierda y desperdicios.

Vencer el casting es también traspasar las barreras de los estereotipos y los clichés, un mulato cubano no puede ser profesor de ruso en Méjico, por poner un ejemplo que conozco, (aún y cuando me consta que ese mulato se graduó con altísimos resultados académicos en una de las mejores universidades de Moscú) Según lo esperado ese profesional de esa raza y nacionalidad tendría que ser boxeador, jugador de béisbol o bailador de salsa. O camarero de restaurante cubano en el exilio, o con más suerte gigoló, que es una carrera corta pero rentable. Su inteligencia, la formación que recibió desde su infancia no cuentan.

Aunque parezca increíble, aún en esta España del segundo milenio hay personas que se sorprenden y admiran de que un cubano pueda ser profesor de castellano, de que yo no diga mi amool aunque sesee y me siga comiendo las zetas castizas; se asombran de que lea correctamente en voz alta y en inglés con acento neutro, una noticia de un periódico británico, aunque mis profesores en la universidad eran norteamericanos. Y ya lo inaudito es que me atreva a enseñar un poco de lo que sé de tai chi, en lugar de bailes afrocaribeños; aunque los certificados de instructor cualificado que poseo me los hayan dado mis maestros Xia Zi Cai y luego su esposa Hui Fang Shao respectivamente, y yo siga más de una década y media después como un eterno novato, repitiendo, repuliendo y re-aprendiendo ese arte misterioso que nos trajeron de China.

Y sí, los papeles te los piden para los castings de la vida. Muchos son auténticamente falsos, o se han quedado obsoletos, o no valen según en qué frontera o cuál país los muestres, tus títulos, tus certificados, tus diplomas, medallas, reconocimientos, masters y doctorados, pergaminos y trofeos, los puedes quemar, no te valen si lo que dicen o representan no está almacenado en una mente útil, en otra memoria que no sea flash.

Ser humildes, modestos y realistas. Seguir aprendiendo con el mismo asombro de esos niños que en este comienzo de septiembre entran al cole por primera vez. Algunos lo hicimos ya para siempre, no saldremos nunca del pupitre, no dejaremos de mirar a la pizarra, a la pantalla, a la página escrita para aprender y aprehender, absorber información y filtrar los conocimientos. Soy conciente de mi ignorancia, y de que necesitaríamos miles de vidas para tener una idea aproximada de cómo funcionan los relojes del universo. Mientras tanto procuro enterarme.

 

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