martes, 24 de noviembre de 2009

Des-uni-formándonos.


¿Cuáles serán los estereotipos visuales en las artes marciales del futuro? ¿De qué material se harán los trajes para los entrenamientos, las zapatillas? ¿Seguiremos vistiéndonos de negro, con kimonos, y cinturones de tela?
Pienso en ese kimono negro que he tenido que ponerme en pleno mes de julio, o de agosto. Hecho con ese mismo algodón grueso de los uniformes militares cubanos. Ha sido como el uniforme del tai chi para clases, demostraciones y seminarios.
Jamás un uniforme ha conseguido “uniformarme” y que me sienta unido a grupo alguno. Y de los estereotipos desconfío bastante. Impiden ver más allá de un contorno o de un color plano.
Me puse el kimono por respeto a mis maestros y como símbolo exterior, como muestra de tomarme en serio mi deseo de aprender de la forma más sincera y auténtica posible algo procedente de una cultura ajena y lejana. He destacado tres palabras en este párrafo.
Ese uniforme lo he llevado con ese respeto inicial y con el afecto que se le toma a un compañero de viaje.
Viaje durante el cual he avanzado machacando y desmontando estereotipos, primero por esa necesidad imperiosa de saber, de conocimiento, y segundo porque yo también provenía de otra cultura cuando llegué a un cruce de caminos y ahí estaban esos chinos para mostrarme cual podría ser una de las tantas sendas a tomar en ese mapa milenario del tai chi.
Así que, aunque la mayor parte de mis entrenamientos de todos estos años los he hecho con camiseta y chándal y zapatillas flexibles, y he practicado en parques, en caminos forestales y en la playa y hasta en el aparcamiento de los bajos de un edificio en Madrid, cuando vivía frente a la boca del metro del Barrio del Pilar; no he dejado de sentir ese mismo respeto que me impuse como código ético cuando me comprometí a transmitir este arte, a copiarlo lo más fielmente posible y estudiarlo por dentro y por fuera hasta llegar a entenderlo (por dentro y por fuera) Me comprometí con la esencia. Nadie me obligó.

Y porque provenimos de otra cultura; cuando en nuestra casa invitamos a una comida cubana, mi hijo y yo nos curramos la calidad de las recetas, sabemos hacer auténticos picadillos a la habanera, tostones crujientes, enchilados de camarones un día de fiesta; servimos legítimos e inconfundibles mojitos -y un modesto etc.-. Resumido en tres palabras: auténtica comida cubana. Intentamos trasladar esencias palpables; que se pueden distinguir con el paladar. Mi ideal de camarones enchilados parte del sabor que descubrí y me guardé en la boca en el banquete de la remota boda de mi tía Vina. Yo tenía seis años. Camarones con arroz blanco, no digo más.
Esencias orientales o cubanas, o andaluzas, o yorubas. Todos aspiramos a lo más auténtico y legítimo que, paradójicamente es el resultado de mezclas y revueltas, y resultado también de roturas de estereotipos, dogmas, moldes y clichés.

En los años en que comenzaba a aprender tai chi, cuando vivía en ese Barrio del Pilar de Madrid, una amiga llegó a nuestra casa trayendo un joven italiano que quería conocerme.
Los espaguetis de la cena de aquella noche los cocinó el italiano, no digo más.
Mi amiga estaba embelezada con el italiano que era simpático y encantador. El muchacho estudiaba en una universidad madrileña y además en su tiempo libre aprendía tai chi. Resultó que ambos practicábamos el mismo estilo con los mismos profesores. Por ahí se fue gran parte de nuestra conversación durante aquella noche. Mi amiga estaba encantada con el resultado del encuentro, y se moría de curiosidad por ver en la práctica eso de lo que tanto habíamos hablado. Como digo, vivía frente a una de las entradas del metro y tenía por costumbre bajar a despedir a mis amigos. En el espacio del aparcamiento, entre mi edificio y la plazoleta junto a la boca del metro, el muchacho y yo nos pusimos a hacer la tabla básica de 24 movimientos que dura unos cinco minutos.
Uno junto al otro, uno detrás del otro, girando en la misma línea, al mismo compás, mirándonos a los ojos con esa cierta complicidad y cierto asombro. Porque nos movíamos al unísono, como si nos conociéramos de toda la vida. Y porque “sabíamos” que estábamos sintiendo, experimentando lo mismo.
Un italiano y un cubano en un lugar de Madrid, unidos por algo que un chino aprendió de un hindú. No digo más.

1 comentario:

  1. Cuando yo comencé a aprender tai chi, el profesor llevaba puesto el kimono habitual de color negro, claro. A pesar de lo neutro que resulta tanto en hombres como en mujeres, por lo ancho, recto y sin marcar ninguna forma del cuerpo, oí más de una vez por parte de alguna compañera de clase el siguiente comentario: "uufff...mmmmm... qué morbo tiene con ese kimono!". En fín, era otra forma de ver el asunto. No sé lo que habría pensado Xia sobre el particular y tampoco sé si el profesor en cuestión fue consciente en algún momento de las sensaciones que inspiraba su "kimono". Pero sí resultaba divertido oir los suspiros entre tanta disciplina y seriedad a la oriental.
    Saludos.
    T.

    ResponderEliminar