sábado, 7 de noviembre de 2009

Paradoja con la boca cerrada.

A los ojos de la generación de mi hijo soy como del otro siglo, del siglo de atrás.
Atrás y atraso vienen de la misma familia. Atrasado en tecnología, en conceptos.
Atrasado es también antiguo. Mis ideas antiguas chocan con las modernas y atrevidas de los muchachos que quieren discutir y no saben cómo.
Resulta que no les dejan discutir porque no saben hacerlo, es una de las razones de la versión oficial que justifica la censura y el control sobre la libre expresión en las redes cubanas. Los jóvenes cubanos no saben discutir, y les tapamos las bocas, los mandamos a callar.
Pero ellos tienen cosas que decir, y desean ser escuchados. Muchos se expresan de ese modo: discusión y bronca en candela.
¿No sería mejor empezar por enseñarles a debatir para poder escucharnos? Sacar la escandalera del solar o de la estación de policía, de la esquina caliente; cambiar el escenario y cambiar el tono. Cambiar el escenario por la sombra de un árbol, o la orilla de una playa, o la escalinata de la universidad, y hablar, y distinguir hasta encontrar el hilo del dialogo entre el ruido de las quejas, las burlas y los reproches.
Habrá que enseñarles y que les den forma a las ideas y esperanzas que subyacen bajo las quejas; que ahora mismo se están resumiendo en libertad de expresión, de asociación, libertad para Internet, para los presos de conciencia, para entrar y salir de tu país, para aportar, para cambiar, para decidir.
La lista se parece muchísimo a los anhelos de la generación de mis padres, de la mía. Los viejos y anticuados anhelos siguen ahí, como sueños del futuro. Paradoja.

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