viernes, 16 de octubre de 2009

Recogiendo los cheles de mi arte.

Mi jefa en el gimnasio me da un toque de aviso. Todavía no es un ultimátum, espero. O consigo alumnos o me cierra el chiringuito. Tengo muy poca asistencia en un par de grupos, uno anda diezmado por los avatares de la vida, ciáticas, artritis, viajes y urgencias familiares impostergables. Y el otro es muy curioso, los futuros alumnos llegan, prueban una clase y se van a otra sala. Creo que casi todos pagan una especie de tarifa plana que les permite hace un recorrido por las ofertas de la casa, y probar de todo el menú, salas de musculación, un poquito de pilates, un ratico de yoga, una sauna, un par de lecciones de salsa y tres piruetas de tai chi. A mi me parece estupendo, salvo en el detalle de que para aprender lo que yo intento enseñar, hay que comenzar practicando al menos un par de horas a la semana.
Mi gimnasio tiene ese look ultra limpio y moderno de los catálogos de publicidad. Es amplio, luminoso, bueno y caro.
Hay otro detalle. Me parece que casi la totalidad de mis compañeros, incluyendo a la señora de la limpieza, son más jóvenes que yo. Y muchíiiisimo más guapos.
Estoy mosqueado pensando en que cuando llegan a la oferta de tai chi, mis potenciales alumnos se decepcionan al ver que en lugar de un taiwanes impresionante, estoy yo.
Así que me veo recogiendo los cheles de mi arte y practicando solo en ese rincón tranquilo de un parque al que voy algunas mañanas.

1 comentario:

  1. ME ENCANTA TU PROSA COMPAE, TE SEGUIRÉ MUY DE CERCA. ABRAZOS. EL PINTOR

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